Uno admira a un escritor, un pintor, un músico, un actor, un político, un médico, o cualquier otro profesional por sus conocimientos, su honradez, su coherencia y su capacidad para destacar y hacer algo que nosotros no podríamos hacer. Pero es difícil admirar a alguien que no hace nada especial, ejerce una profesión no por méritos sino por designación a dedo o por herencia y además esa profesión la puede ejercer cualquiera. Todo este preámbulo para hablarles de oficio de rey y del discurso de Felipe VI. Si a mí me escriben un discurso entre los empleados de la Casa Real, el presidente del Gobierno, Iván Redondo y Carmen Calvo, me ponen un telepromter delante con lo que tengo que leer, puedo repetir las tomas tantas veces como quiera, me eligen el traje y la corbata, les prometo que el resultado es igual o mejor que el de Felipe de Borbón. Incluso aunque no me escriban el discurso, yo me comprometo a redactar uno similar o mejor. Para ello solo necesito decir cuatro obviedades con las que es difícil estar en desacuerdo: que somos un gran pueblo, que nuestros sanitarios son maravillosos, que vaya tragedia que se hayan muerto tantas personas por el maldito virus, pero que de esta salimos y poco más. Eso en cuanto a los conocimientos necesarios para el desempeño del puesto. Pero si hablamos de ética y honradez, tampoco hay mucho que admirar en el rey. Si su antecesor en el puesto, que además es su padre, ha puesto los pies en polvorosa, ha tomado las de Villadiego, hecho fuchina o mutis por el foro, su cuñado está en el trullo y tiene un sobrino que se dispara en los pies, repite cursos de la ESO y tira de tarjeta opaca que le regaló el abuelo, y el rey Felipe se hace el longuis, hay que reconocer que cuesta tenerlo como modelo a seguir. Si además es el jefe supremo de las Fuerzas Armadas y un general retirado escribe que hay que fusilar a 26 millones de hijos de puta sin que le diga ¡firrrrrmes!, ¡ar!, ¡media vuelta! y le dé una patada en el culo, hay que concluir que su liderazgo deja bastante que desear. A los niños pobres le dicen que, si no aprueban las asignaturas del colegio, les espera el pico y la pala. A los reyes, los llaman majestad, les escriben las respuestas de los exámenes para que siempre aprueben y les hacen inviolables. No ocupan sus puestos por méritos, pero sí los hacen eméritos. Y los llaman campechanos y preparaos.
Evaristo Torres Olivas
1 comentario:
Ser republicano está muy bien, es lo lógico, lo racional, lo moderno incluso.
Pero cuando veo a los que cuestionan la monarquía, Pablo Iglesias (y su séquito, que lo tiene), Rufian, el PNV y toda esta caterva, qué quieres que te diga, veo más desventajas que ventajas.
No se trata de saber si está preparado o no, ni sí su familia se ha aprovechado de su situación, se trata de cargarse los pilares de un sistema para construir otro, donde los que lo van a fundar ya han demostrado que no son de fiar.
Por tanto, prefiero mantener a un Rey en esta España actual, que apostar por una maravillosa República, construida por los líderes de los 7 u 8 partidos que actualmente tienen peso en el congreso.
A éstos ya se les ve venir desde lejos y como tú sueles decir, los que tanto atacan al rey, en una empresa privada no habrían destacado por nada, son mediocres y simples trepas, que sabes que como te descuides te roban la cartera.
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