“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

domingo, 20 de octubre de 2024

Da lo mismo ocho que ochenta

 Leo el titular del Heraldo: Miles de personas se manifiestan contra el Gobierno en Madrid y piden elecciones generales ya: "Sánchez dimisión". Lo primero que se me ocurre es preguntarme cuántos miles habrán sido. El subtítulo me lo aclara: Según la Delegación de Gobierno, han sido 25.000 personas las que se han concentrado en la Plaza Castilla, y 400.000 según la convocante Plataforma por la España Constitucional. Nada que objetar a Heraldo y a la agencia que ha transmitido la noticia. Han cumplido con su deber de recoger los datos que les han proporcionado las fuentes. El problema surge cuando el lector se pregunta cómo puede haber tanta diferencia entre lo que dice el Gobierno y la organización. No estamos hablando de cien personas más o cien personas menos sino de una cantidad que es dieciséis veces mayor que la otra. Imaginen que un turista pregunta en el bar de mi pueblo los kilómetros que hay hasta Zaragoza. La respuesta correcta es 150. Pero Manolo, que lleva toda la tarde bebiendo cerveza le dice que 19 kilómetros. Y Juan, el camarero, que no se sabe cuánto ha bebido, interrumpe y dice que son exactamente 987 kilómetros.  Alberto, un niño de catorce años que quiere ser periodista, escucha la conversación y anota con un lápiz en una servilleta que la distancia entre Villarquemado y Zaragoza es de 19 kilómetros según Manolo y de 987 según el camarero Antonio. Mañana escribirá una redacción sobre la manipulación de los políticos. Yo también he pensado aconsejar a mi nieta que cuando se presente a una entrevista de selección y le pregunten cuánto quiere ganar conteste que entre 5.000 y 80.000 euros al mes, euro arriba, euro abajo. Y si en un examen le preguntan la distancia que hay entre la Tierra y la Luna, que conteste que entre siete y un millón de kilómetros. Eso sí, que cite sus fuentes: la cifra baja se la ha dado su amiga Sonia y la cifra alta, Ramón, el conserje del edificio en el que vive. En resumen, que nuestros políticos se comportan como niños. Pero sin la inocencia de los chavales.

Evaristo Torres Olivas

miércoles, 16 de octubre de 2024

Los potros salvajes

Tener aficiones puede ser bueno o malo. Depende de las aficiones. Tener seis tatuajes debajo del traje por siete motivos, como la autora de la canción de Potra salvaje, es una afición que no necesita mucha inversión y a nadie molesta. Pero hay otras aficiones que nos perjudican a todos, especialmente si para satisfacerlas hay que recurrir a conductas poco ejemplares. Leo en la prensa que a Eduardo Zaplana lo han condenado a diez años de prisión por cobro de comisiones ilícitas durante toda su carrera política en el PP.  No es de extrañar pues las aficiones del don Eduardo son caras y adictivas: las inversiones inmobiliarias, los coches de alta gama y los relojes de lujo. También leo, aunque todavía no hay sentencia, que otro político, del PSOE en este caso, José Luis Ábalos también tiene aficiones caras: casas y amantes a las que hay que pagarles apartamentos en el centro de Madrid. Seguro que en las entrevistas de selección para acceder a los cargos en su partido les dijeron a los entrevistadores que su objetivo era dejarse la piel para mejorar la vida de los ciudadanos. Y entre sus aficiones citarían la lectura, la pintura y la fotografía. El problema no está en los entrevistados por ocultar sus verdaderas aficiones sino en los entrevistadores por no ahondar más en las preguntas. Hubiera bastado con preguntarles que nombraran su libros, pinturas y fotografías favoritas. Y seguramente se habrían encontrado con estas respuestas: El Quijote de Federico Jiménez Losantos, Las señoritas de Avignon de Velázquez y las fotos de desnudos de Playboy e Interviú. De todo lo anterior se desprende que la culpa de la corrupción en España no es exclusivamente de los corruptos sino también de quienes los seleccionan para figurar en las listas de los partidos. Son incapaces de no solamente ignorar cuántos tatuajes y por cuántos motivos llevan debajo del traje sino, lo que es más grave, de averiguar la cantidad de porquería, aficiones, ambición y deshonestidad que acumulan en sus cerebros.  

Evaristo Torres Olivas



lunes, 14 de octubre de 2024

La importancia de llamarse Evaristo

 Publicado en el Heraldo de Aragón el 22/10/2024

La carta al director de Antonio Nadal del pasado día 10 de octubre me ha hecho recordar mi infancia y adolescencia. Nos cita los nombres de los siete magníficos que fueron enviados a Hispania para evangelizarnos: Torcuato, Tesifonte, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio. Yo me llamo Evaristo, otro nombre poco común en España y mucho menos en otros países. Cuando yo tenía seis años, emigré con mis padres a Francia y mi nombre producía risa entre mis compañeros de clase. Lo mismo pasó cuando de París nos fuimos a Montreal, en Canadá. Tal vez esa fuera una de las causas de mi timidez y dificultad para relacionarme con otros niños. A los dieciséis años, mis padres me enviaron a un internado en Zaragoza. Y mi vida cambió. Ya no era el bicho raro con un nombre que producía risa. En mi clase tenía a compañeros que se llamaban Elisardo, Arcadio, Heliodoro y Hermenegildo. Recuperé la confianza y me convertí en gracioso y dicharachero. Además, sabía hablar francés e inglés. Pero surgieron otros problemas. El español que yo hablaba era el de mis padres de un pueblo de Teruel. En mi pueblo, un romancero es una persona pelma, pesada, que siempre repite las mismas historias. En la clase de Literatura de sexto de bachiller de entonces, el profesor nos habló del Romancero gitano de Lorca. Y Evaristo levantó la mano y le dijo que no entendía cómo se puede escribir un libro sobre una persona pesada y protestona. Y volvieron las risas de toda la clase, también de Elisardo, Arcadio, Heliodoro y Hermenegildo. Con los años, ha llegado a gustarme mi nombre. Como donde vivo no hay nadie más que se llame como yo, siempre me nombran como Evaristo. A diferencia de a otros que tienen un nombre muy común y para referirse a ellos hay que acompañarlo del apodo que en muchos casos no es nada agradable. No cito a ninguno para que no se enfaden mis paisanos. A Elisardo, Arcadio, Heliodoro y Hermenegildo seguro que les pasa lo mismo.

Evaristo Torres Olivas

Villarquemado (Teruel)