Se ha muerto Rita Barberá. Y no es motivo de alegría.
Alegrarse de la muerte de una persona es ser mala persona. Pero si yo hubiera
sido diputado en Madrid también me habría ausentado en el momento del minuto de
silencio: Rita Barberá era una política cuyas ideas y actuaciones públicas me
repelían. Cuando yo estire la pata, a mí funeral vendrán algunos que echarán
alguna lagrimilla y otros muchos que no moverán el culo del sofá. Espero que
nadie se alegre cuando yo casque, pero si lo hace tampoco pasa nada. La libertad
consiste en eso: en que nadie impida a nadie hacer lo que le dé la gana,
siempre que sea algo legal. Que los demás partidos hayan querido guardar un
minuto de silencio en el Congreso de los Diputados, me parece bien; que Podemos
haya dado el pésame a los familiares y amigos de la señora Barberá y después se
ha ausentado del hemiciclo durante el minuto de silencio, también me parece
bien. Y ni uno cosa ni la otra son criticables ni deberían ser noticia. Lo que sí
me ha resultado incoherente es la actitud de Podemos: en el Congreso no han
guardado un minuto de silencio pero sí en el Senado. Seguramente porque el
Senado era el “centro de trabajo” de doña Rita. Pero eso no tiene mucha lógica.
Yo he sido responsable de recursos humanos durante muchos años y cuando se
moría un empleado, ya fuera la directora general o el limpiador de cristales, no se le pedía a la plantilla que guardara un
minuto de silencio. Los únicos minutos de silencio que se guardaron en las
empresas en las que trabajé fueron por asesinatos salvajes como el de Miguel
Ángel Blanco. Pero la señora Barberá ha muerto por un infarto, no por una
muerte violenta, por mucho que algunos y algunas, como Celia Villalobos, digan
que los medios condenaron a muerte a la senadora. Cuando en 2010 yo sufrí un
infarto que estuvo a punto de enviarme al hoyo, el cardiólogo no le echó la
culpa a los que me llamaron de todo en el Diario de Teruel y en las redes
sociales, sino a los treinta kilos que me sobraban, a los casi dos paquetes de
tabaco que me fumaba, a las cervezas y al vino.
viernes, 25 de noviembre de 2016
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4 comentarios:
La muerte Evaristo viene a ser como una piedra filosofal en el camino de la vida que trunca. Al igual que la tan buscada antaño por los alquimistas es capaz de trocar en virtud todo lo que en vida era vicio y depravación. Todavía estoy por oír en los obituarios alguna palabra, al menos una, contraria al muerto. Tan bueno como era, dicen a coro, tan formal, tan responsable… En el peor de los casos no dudan en afirmar que, al menos, tuvo la decencia de morirse y no hacer más daño. Lo que también, si se mira, es una alabanza. Me encantaría oír en las ceremonias fúnebres a algunos de los concurrentes decir que viene a ver como lo entierran para respirar feliz, para manifestar la bajeza ética del difunto y solicitar, si es posible, que lo entierren boca abajo por si revive y escarba. Es cosa increíble, pero cierta. Así pues Evaristo da por cierto que cuando mueras serás tenido por una buena persona y una mente brillante así no hayan compartido una sola de tus ideas y no te hayan leído jamas. Por eso lamento que tras el telón de la vida no haya un juez severo que nos ponga donde realmente merecemos. Un abrazo. ¡Ah! Cuida tu corazón.
"La libertad consiste en eso: en que nadie impida a nadie hacer lo que le dé la gana, siempre y cuando sea algo legal". Teniendo en cuenta que la ley va por detrás de las costumbres y que, como dijo Aguirre, "cuando no te gusta una ley, lo que tienes que hacer es cambiarla", tu frase me resulta inquietante. Es lo que argumentó Martínez Pujalte cuando le preguntaron si le parecía ético tener un chiringuito al amparo de sus cargos públicos. "Es legal", dijo. Aspiro a un mundo en el que no hagan falta leyes que te digan cómo te tienes que comportar. Por lo que respecta a la finada, nada que añadir.
Tienes razón. Al leer tu comentario me doy cuenta de que no era eso lo que quería decir.Uno piensa una cosa y escribe otra.
Desde luego, si tenemos que dedicarnos a hacer sólo lo que es legal, mal vamos. No por idealizar lo ilegal, que no tiene sentido, sino porque estaríamos tremendamente coartadas para avanzar como personas hacia un futuro mejor para el común de los mortales.
La legalidad no es más que un arbitrio pergeñado por una minoría social. Su valor ético es nulo
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