Publicado en el Diario de Teruel (10/10/2013)
Hay situaciones en las que tomar una decisión es muy difícil. En temas de salud, por ejemplo. La profesión de médico es hermosa aunque, a veces, el profesional debe enfrentarse a decisiones que podrían plantearle algún remordimiento de conciencia.
Hay situaciones en las que tomar una decisión es muy difícil. En temas de salud, por ejemplo. La profesión de médico es hermosa aunque, a veces, el profesional debe enfrentarse a decisiones que podrían plantearle algún remordimiento de conciencia.
Cierto es
que el saber científico, los protocolos de actuación, el trabajo en equipo y
multidisciplinar reducen la incertidumbre, facilitan la toma de decisiones y
rebajan la presión sobre las conciencias. Quisiera creer que siempre se trabaja
así, pero a veces me surge la duda de que en algunos departamentos médicos
falla la coordinación y cada uno actúa en función de su criterio, sin consultar
con el equipo.
Recientemente,
he estado acompañando a un familiar en el hospital. Anciano, con un abultado
historial médico y en un proceso lento
de transición hacia la otra orilla, o hacia la nada, según las creencias
de cada cual. Tras atenderle en urgencias, una doctora informó a la familia de
que el estado del paciente era muy malo y que habría que amputarle las dos
piernas. Al día siguiente, otra doctora de la misma especialidad opinó que,
dada la edad y el estado del enfermo, no
recomendaba la amputación de las extremidades inferiores. Veinticuatro horas
después, un tercer médico, también de la misma especialidad, recomienda una
tercera vía: ni dos piernas ni ninguna; su propuesta consiste en amputar una sóla.
Al día siguiente, una doctora, la cuarta, en este caso de otra especialidad,
vuelve a la propuesta de que, dado la
edad y el estado del enfermo, lo
mejor es no cortar nada. Para no alargar demasiado el relato, hubo más
opiniones de especialistas, unos que recomendaban no hacer nada y otros,
amputar.
No quisiera
hacer chistes fáciles de humor negro, pero la impresión que se transmite a los
pacientes y a los familiares es que, en función del médico que te toque en
suerte, te puedes quedar como estás, sin una pierna o sin ninguna. Además, se
añade otra complicación. Lo razonable y aconsejable es que los pacientes y los
familiares se rijan por los criterios de los profesionales de la medicina, que
son quienes tienen los conocimientos, la experiencia, y los instrumentos de
diagnóstico necesarios. En nuestro caso,
dado que el paciente, debido a su demencia senil, no podía decidir, fuimos los
familiares quienes tuvimos que enfrentarnos en discusiones sobre si se operaba
al enfermo o si se dejaba como estaba. Y ninguno de nosotros podía apoyarse en
el criterio de autoridad de los médicos
puesto que éstos diferían en sus recomendaciones.
Todo lo
anterior me ha hecho reflexionar sobre si, en los casos difíciles, los médicos
deben decidir entre ellos cuál es la mejor solución y proponer a los pacientes
y familiares una propuesta única, o si, por el contrario, deben hacer
partícipes a éstos de sus propias dudas y diferencias de criterio.
En el caso
de mi familiar, mientras se estaba todavía discutiendo entre los allegados qué
hacer, el deterioro de su salud se aceleró y falleció.
Quiero terminar
estas líneas con mi reconocimiento y agradecimiento al personal de enfermería y
auxiliares de enfermería del Obispo Polanco y de San José—en su mayoría
mujeres—por su entrega y dedicación a una profesión dura y tan necesaria para
la recuperación de los enfermos o para cruzar a la otra orilla sin dolor y con
dignidad.
1 comentario:
A una persona de 84 años con demencia senil y movilidad reducida, ¿amputarle las piernas?.¿Para qué? ¿Para que siga con su "sinvivir"?.
Ánimo Evaristo.
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