Demonización

Con bastante más sensatez que Velasco, el diputado de IU Luis Ángel Romero, afirma en el mismo artículo del Heraldo del día 5 de marzo que “el político debe tener los medios necesarios para ejercer la política”. De acuerdo, pero habría que especificar y cuantificar qué medios son los necesarios; de lo contrario, nos encontramos ante una declaración de intenciones y nada más. Con lo que ya no estoy tan de acuerdo con don José Ángel es cuando censura que se esté demonizando el ejercicio de la política como una profesión. No estoy de acuerdo, en primer lugar, en que la política sea una profesión. Salvo contados casos, la política retribuida debería ser una actividad limitada a ocho años como máximo. Se evitarían muchos males y permitiría que los que los políticos volvieran a su profesión habitual y no se incrustaran en las instituciones para toda la vida. En segundo lugar, creo que la “demonización” de los políticos se la han ganado a pulso. En lugar de tomar medidas para disminuir la corrupción, se ponen  a la defensiva diciendo que no todos son iguales y que la mayoría son honrados. Eso es evidente, pero no soluciona nada. El problema está en la proporción de sinvergüenzas. En una botella de agua o en el aire que respiramos, hay impurezas. El problema es cuando la proporción de impurezas rebasa ciertos límites y el agua deja de ser potable y el aire se convierte en venenoso. El porcentaje de agua y aire sigue siendo mayoritario sobre el de impurezas, pero éstas se han convertido en elementos peligrosos. Lo mismo sucede con los políticos corruptos y venenosos. Han estado y están presentes en todas partes y en todos los tiempos. El problema surge cuando se rebasa un cierto límite y los elementos contaminantes se convierten en un peligro para la salud de la democracia. Y en España estamos desde hace tiempo muy por encima de los niveles tolerables. A don Luis Ángel le diría varias cosas: la primera, que los políticos, efectivamente, deben tener los medios necesarios para ejercer la política, pero ningún privilegio que no tengan el resto de los ciudadanos;  en segundo lugar, que no defienda posturas de casta o corporativistas. Y finalmente, que no nos diga si hace muchos o pocos kilómetros: cuando decidió presentarse, sabía dónde se metía. Zaragoza sigue estando a la misma distancia de Andorra que antes de que él fuera diputado.

Evaristo Torres Olivas