Ay, ahí hay

No sé si decir hay, hay, hay o ¡ay, ay, ay! para hablar del discurso del rey: hay que mejorar la productividad, hay que reducir el paro, hay que dar oportunidades a los jóvenes. ¡Ay!, qué fácil es decir hay que… y no decir cómo hay que. Una vez que está todo hecho un asco, con millones de parados, jóvenes sin posibilidades de salir adelante, un precio de la deuda que sube todo los días, describir lo que hay es algo que lo puede hacer cualquiera, sin necesidad de ponerse una corona. Me recuerda su discurso al de un picoleto de la Benemérita cuando tuve un accidente hace años en una carretera de cabras del Pirineo. Un zumbado que circulaba a toda pastilla con su Kawasaki se estampó contra el parabrisas de mi seiscientos de cuarta mano. Llamamos a los guardias y uno de los dos lumbreras que acudió estuvo un rato mirando y dando vueltas alrededor del coche para decirle a continuación al otro: hay desperfectos, luego hubo colisión. Para llegar a esa conclusión no hace falta ir a ninguna academia. También me recuerda a un jefe alemán que cuando nos enrollábamos contándole lo mal que iban las cosas y que había que mejorarlas, nos cortaba de malas maneras para decir que lo mal que estábamos era evidente y lo podía ver cualquiera. Lo que él quería eran acciones concretas para mejorar. Si alguien le hubiera dado como respuesta que había que mejorar la productividad o reducir el paro, o crear oportunidades para los jóvenes, nos habría dado una patada en el culo. Lo que se esperaba de nosotros no era qué sino cómo: planes concretos, métodos de evaluación, compromiso, fechas, recursos necesarios, alternativas en caso de no evolucionar como se esperaba. Todo cuantificado y detallado. Pero generalizar como hizo el rey, acudir a los tópicos de que hay que estar unidos, darnos la mano, encender los mecheritos y cantar el himno de la alegría, no sirve de nada. Un buen médico no es aquel que una vez que el paciente ha estirado la pata cuenta que tenía el corazón hecho polvo y el hígado fosfatina, sino el que supo evitar que un enfermo llegara a esa situación. Pero aquí, los “médicos” que tratan al paciente España se pasan la medicina preventiva por el forro y se ponen a contar que el cadáver está muy pálido cuando lo ven tumbado en el ataúd camino del cementerio. Sin embargo, para doña Elena Valenciano, “facultativa de guardia” del PSOE durante estas Navidades, lo que ha contado el rey en su discurso demuestra que es un hombre “pegado a su tiempo, defensor de las reformas, mensajero del aliento, defensor del rumbo de España, mensajero de la confianza”. En pocas palabras: una mezcla entre rumbero y mensajero. ¡Ay, ay, ay!

Evaristo Torres Olivas