“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

lunes, 14 de octubre de 2024

La importancia de llamarse Evaristo

 La carta al director de Antonio Nadal del pasado día 10 de octubre me ha hecho recordar mi infancia y adolescencia. Nos cita los nombres de los siete magníficos que fueron enviados a Hispania para evangelizarnos: Torcuato, Tesifonte, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio. Yo me llamo Evaristo, otro nombre poco común en España y mucho menos en otros países. Cuando yo tenía seis años, emigré con mis padres a Francia y mi nombre producía risa entre mis compañeros de clase. Lo mismo pasó cuando de París nos fuimos a Montreal, en Canadá. Tal vez esa fuera una de las causas de mi timidez y dificultad para relacionarme con otros niños. A los dieciséis años, mis padres me enviaron a un internado en Zaragoza. Y mi vida cambió. Ya no era el bicho raro con un nombre que producía risa. En mi clase tenía a compañeros que se llamaban Elisardo, Arcadio, Heliodoro y Hermenegildo. Recuperé la confianza y me convertí en gracioso y dicharachero. Además, sabía hablar francés e inglés. Pero surgieron otros problemas. El español que yo hablaba era el de mis padres de un pueblo de Teruel. En mi pueblo, un romancero es una persona pelma, pesada, que siempre repite las mismas historias. En la clase de Literatura de sexto de bachiller de entonces, el profesor nos habló del Romancero gitano de Lorca. Y Evaristo levantó la mano y le dijo que no entendía cómo se puede escribir un libro sobre una persona pesada y protestona. Y volvieron las risas de toda la clase, también de Elisardo, Arcadio, Heliodoro y Hermenegildo. Con los años, ha llegado a gustarme mi nombre. Como donde vivo no hay nadie más que se llame como yo, siempre me nombran como Evaristo. A diferencia de a otros que tienen un nombre muy común y para referirse a ellos hay que acompañarlo del apodo que en muchos casos no es nada agradable. No cito a ninguno para que no se enfaden mis paisanos. A Elisardo, Arcadio, Heliodoro y Hermenegildo seguro que les pasa lo mismo.

Evaristo Torres Olivas

Villarquemado (Teruel)


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