Publicado en Heraldo de Aragón 11/08/2022
Esta semana he asistido a un curso de literatura en la
Universidad de Verano de Teruel. Veintiséis alumnas y cuatro alumnos. Hace unos
meses, asistí a otro encuentro literario en el Ateneo de Madrid: idéntico
porcentaje de mujeres y hombres. El mismo que en el club de lectura de mi
pueblo. La lectura, al contrario que el coñac Soberano, no es cosa de hombres. En
el club de cazadores o en los campeonatos de guiñote, aficiones muy populares
en mi pueblo, hay una mujer y cincuenta hombres. Por lo visto, la madre
naturaleza ha creado a las mujeres para leer y parir y a los hombres para
disparar y cantar las cuarenta. Especialización se le llama a eso: cada uno a
lo suyo, a aquello para lo que fue creado. El problema surge cuando para
gobernar, para lo se requiere más cabeza que testículos y que debería ser una
actividad ejercida por las mujeres lectoras, son los hombres cazadores quienes
ocupan los puestos principales. El mundo al revés. Así nos va. Que los del
pueblo vecino nos han robado las coles por error, en lugar de razonar, emplear
las artes de la persuasión, el diálogo, el ethos, pathos y logos que se aprende
en los libros, nuestros machitos recurren al pistoletazo y puñalada trapera
que han visto en las películas del Oeste. ¡Con dos cojones! Y si hay que quemar
las coles, se queman, antes de que se las coman los cabrones del pueblo vecino.
Al enemigo, ni agua. ¿Cómo solucionar todo esto? No es fácil. Pretender que los
hombres vayan a los cursos y talleres de literatura, que lean y que dejen de
pegar tiros y de jugar a las cartas no es tarea fácil y además no serviría de
nada, por aquello de que quod natura non
dat, Salmantica non præstat, que tan bien tradujo un famoso torero con
estas palabras: “Lo que no pude ser no puede ser, y además es imposible”. Fue otro torero quien lo dejó bien claro
cuando le presentaron al filósofo Ortega y Gasset y le explicaron a qué se
dedicaba. Después de unos minutos de reflexión, el matador de toros replicó: “Hay
gente pa tó”. Tampoco se puede obligar a que sean las mujeres las que dirijan
la política, porque los cazadores y jugadores de cartas desenfundan el revólver
y se lían a tiros. De nada sirve que
después digan aquello de “lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a
ocurrir”. Solo nos queda la resignación.
Evaristo Torres Olivas
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