Cuando me fui a trabajar durante unos años a Barcelona, muchos compañeros se empeñaban en llamarme Evarist. Yo les contestaba que mis padres me habían puesto de nombre Evaristo y así es como quería que me llamaran. Como no me hacían mucho caso, al final opté por llamarles a ellos Jorge, Pablo o Arnaldo en lugar de Jordi, Pau y Arnau. Y funcionó. Esa manía de catalanizar los nombres, tanto de personas como de pueblos o ciudades, es algo que me resulta extraño e incomprensible. Me parece bien que cuando se habla catalán se diga Saragossa, Beseit o Vall de Roures. Y, en reciprocidad, cuando hablemos en castellano digamos Zaragoza, Beceite, Valderrobres, Lérida y Gerona. No hay que mezclar churras con merinas ni ous amb caragols. Esta mezcla y confusión no es algo exclusivo de los idiomas castellano y catalán o castellano y vasco o vascuence. Hace unos días asistí a una presentación de unos jóvenes que han creado una radio por internet. Dos chicos cultos, urbanitas, seguros de sí mismos y con mucho futuro por delante. En la presentación, no dudaron en decir todos, todas y todes; tampoco en saludar en las lenguas que se hablan en Teruel: catalán/valenciano, aragonés y castellano. Pero, además, durante el tiempo que duró la presentación, metieron más de media docena de expresiones en inglés, sin ton ni son, cuando existen en castellano equivalentes. Abundaron los Oh my God, background, know-how y otras que no quiero recordar. Este fenómeno de introducir anglicismos lo he observado desde hace un tiempo en universitarios de ciudad. Con ello, seguramente pretenden decirnos lo cultos que son y el dominio que tienen del idioma inglés. Se olvidan de que hablar en público consiste en informar, formar y persuadir a un auditorio con argumentos sólidos y lenguaje claro y sencillo, pero no en que los oyentes piensen que quienes hablan lo hacen muy bien, son muy cultos, pero no se entiende nada de lo que dicen. Puede que tengan unos antecedentes laborales brillantes, una pericia en su especialidad fuera de lo común, pero demuestran mucha soberbia y torpeza. ¡Ay Dios mío!
Evaristo Torres Olivas
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