Publicado en Heraldo de Aragón 10/08/2021
Internet y las redes sociales han introducido en nuestra lengua nuevas palabras, casi siempre anglicismos, aunque tengamos equivalentes en castellano. Influencer, spoiler, meme, spam, selfie, hipster, fake, gamer son solo una pequeña muestra. Este fenómeno ha existido siempre, pero antes era mucho más minoritario y propio de personas con un bajo nivel cultural que emigraban. Es el caso de mi familia. Mis padres y yo emigramos primero a Francia y después al Canadá. Estas son algunas de las aportaciones de mi familia a la lengua española. En mi casa, la jubilación se llamaba la “retreta” (del francés retraite); el desempleo era el “chomás”(del francés chomage). Para los pepinillos, las zanahorias y los pomelos se usaban los términos “cornichones”, “carotas” y “pamplemuses” (del francés cornichons, carottes y pamplemousses). Para ingresar la nómina no se iba al banco sino a “la banca” (la banque en francés). Mi madre trabajaba de limpiadora de habitaciones en un hotel, una Kelly se diría ahora, pero ella decía que limpiaba “chambras” (de chambre, habitación); y nosotros no vivíamos en París en una casa, sino en una habitación en un mísero callejón a la que llamábamos “la chambra”. En nuestro hogar, los desperdicios no se tiraban a la basura o a la papelera sino a la “pubela” (del francés poubelle); el suelo no se barría con una escoba sino con un “balé” (del francés balai). En la fábrica de Montréal en la que trabajaba, mi padre no hacía horas extras sino “overtain” (del inglés overtime) y no tenía un encargado sino un “forman” (del inglés foreman). Las compras se hacían en el “Estember” (nombre de la cadena de alimentación Steinberg de Canadá). Pero la palabra más extraña que mis padres incorporaron a nuestro vocabulario fue “gabuto” para designar al trastero. Durante mucho tiempo no supe de dónde venía esa palabra. Hasta que me enteré que provenía del italiano sgabuzzino, que significa precisamente armario o trastero. Seguramente, a mis padres un nombre terminado en -ino les parecería demasiado fino y lo cambiaron por otro acabado en -uto. Con esa lengua en casa nos entendíamos perfectamente. El problema surgió cuando regresamos a España, a nuestro pueblo de Teruel y mi madre le decía a su hermana que iba a ir al “Estember” a comprar “cornichones” y “carotas” o que tenía el “gabuto” lleno de cosas que no servían.
Evaristo Torres Olivas

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