“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

jueves, 13 de mayo de 2021

La libreta y la trompeta

 Mi abuela, que no sabía escribir, regalaba todos los años lo mismo a sus nietos: una libreta y un lapicero. El cuaderno y el lápiz eran siempre iguales. Mi padre que no sabía música se empeñó en que tenía que aprender a tocar la trompeta. Él había tocado la corneta en la mili y no paraba de repetir que si hubiera podido estudiar habría sido trompetista. Mi abuela, que no sabía escribir, leía una y otra vez El Mensajero de San Antonio y nos contaba historias de santos, que ella adornaba a su manera. San Roque y el perro era mi favorita. También nos hablaba de cuando, de joven, antes de casarse, estuvo un tiempo en Barcelona sirviendo en casa de una familia. Hablaba algo de catalán y recuerdo que repetía con frecuencia que a la ventana la llamaban finestra y julivert al perejil. Tenía una memoria prodigiosa y sabía narrar historias. Siempre he pensado que mi abuela nos regalaba un lápiz y un cuaderno, año tras año, porque quería que nosotros, sus nietos, pudiéramos practicar aquello que ella había deseado y nunca pudo llevar a cabo: escribir. Lo mismo pienso de mi padre. La tabarra para que aprendiera a tocar la trompeta se prolongó durante años hasta que se dio cuenta de que yo no estaba dotado para la música. Aun así, siempre que aparecía algún trompetista en la tele, no dejaba de darnos lecciones sobre la colocación de los labios y la lengua para soplar y el tamaño de los pulmones para poder sonar con fuerza. A mi madre y a mí nos traían sin cuidado la trompeta, el trompetista, los pulmones, los labios y la lengua. Todo lo anterior lo cuento porque no sé si está bien que los padres y abuelos les llenen la cabeza a los hijos y nietos con sus aficiones, deseos y frustraciones o si, por lo contrario, deben dejar que cada uno decida en función de sus capacidades y preferencias. A mi abuela le agradezco que me contara historias y me regalara libretas y lapiceros. Veo una trompeta y me entran sudores fríos. Está claro que me gusta más leer y escribir que el tararí.

Evaristo Torres Olivas

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