“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

martes, 18 de mayo de 2021

De todo se aprende

Hay personas que te educan con el buen ejemplo y otras con el mal ejemplo. Y algunas con una mezcla de los dos. Mi padre era de los últimos. Era una persona honesta, trabajadora y responsable. Y esos son buenos ejemplos. Tenía un genio de mil demonios, gritaba por cualquier cosa, discutía e insultaba a los políticos y a los presentadores de la televisión que no eran de su cuerda cuando aparecían en la pantalla. Me trataba como a un adulto y me exigía como a un adulto cuando solo era un niño. Esos son los malos ejemplos. Dejó la escuela a los ocho años para cuidar las ovejas. No tuvo apenas infancia, le obligaron a ser hombre antes de hora. Nunca tuvo juguetes. Yo tampoco. Para él los juguetes eran algo innecesario. Me hacía regalos antes de tiempo, regalos que yo no sabía ni podía apreciar: una máquina de escribir, un globo terráqueo. Como él apenas hablaba francés, cuando vivíamos en Paris a mí me llevaba de intérprete cada vez que tenía que renovar documentos ante la policía o en cualquier otro organismo. Yo tenía nueve o diez años y le acompañaba. A veces, le faltaba algún papel y le pedían que volviera otro día. Yo le traducía lo que me decían y mi padre montaba en cólera, blasfemaba. ¡Cómo iba a perder otro día de trabajo porque le faltaba un puñetero papel!, decía. Yo no podía traducir las barbaridades que gritaba mi padre y aprendí que con educación y buenas palabras se conseguían muchas más cosas, pero mi padre esperaba que contestara en el mismo tono y volumen que lo hacía él. A la salida, camino de casa, me reprochaba que yo era muy blando y que me faltaba mucho por aprender. Del mal ejemplo de mi padre aprendí a ser exigente, pero sin gritar. Aprendí que se consigue más con buenas palabras y educación que a grito pelado, que la negociación es mejor que el enfrentamiento. Quizás el mal ejemplo de mi padre tuvo algo que ver con que me dedicara profesionalmente a los recursos humanos y que siempre buscara el acuerdo antes que el choque frontal. Mediar entre la empresa y los sindicatos era muy similar a hacerlo entre mi padre y la policía francesa. Y en eso tenía experiencia desde niño.

Evaristo Torres Olivas



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