“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

lunes, 1 de marzo de 2021

Hasél, un adolescente de treinta y tres años

En algunos medios he leído que Pablo Hasél es un trabajador de la cultura. Si lo que hace es cultura, entonces escupir en una pared es arte. Regoldar frente a un micrófono y esputar insultos y amenazas en las redes sociales son acciones de matón de pandilla de adolescentes. Pero Hasél, o como se llame, ya no es un adolescente. Por como habla y escribe, se nota que a la escuela no ha ido mucho y aunque le guste que le llamen rapero, poeta y escritor, la palabra que mejor define lo que hace es la de ripiero o ripioso, mal escritor de ripios. Tiene un sentido de la estética tan refinado que se ha tatuado una metralleta enorme en el antebrazo.  Y como su vocabulario es muy limitado, recurre una y otra vez a expresiones como “mafioso de mierda”, “mercenario de mierda, “que alguien le clave un piolet en la cabeza” o “un navajazo en el abdomen”, “¡merece que le explote el coche!” y muchas otras de gallito de patio de recreo. A los adolescentes, en unos años se les pasa esa etapa de rebeldía egocéntrica y vuelven a la normalidad, pero a Hasél la inmadurez le dura mediada casi la treintena. Si no fuera por los destrozos que causan los salvajes seguidores—y digo seguidores porque casi todos son hombres—sus actuaciones nos producirían risa. Unos chavales que se definen como antisistema, que queman contenedores y destrozan escaparates para apropiarse de zapatillas y camisetas de marcas de esos países imperialistas que tanto odian. Seguramente, necesitan esas prendas para estar bien elegantes en la próxima manifestación, antes de volver a casa para que su mamá les prepare la cena y sigan un rato en el ordenador entrenándose con algunos videojuegos en los que destrocen escaparates, quemen contenedores y vuelen la cabeza a enemigos malvados. Tal vez, dentro de unos años, estos antisistema se conviertan en influencers y se vayan a vivir a Andorra para no pagar impuestos que sirven, entre otras cosas, para reponer los contenedores de basura que unos adolescentes queman movidos por la basura que sale de la boca no de un trabajador de la cultura, sino de un inculto que se tatúa metralletas en el brazo, al que no habría que enviar a la cárcel sino a la escuela para que mejorara su pobre vocabulario de mierda, navajazo y bomba y aprendiera a argumentar sin escupir ni regurgitar tanta porquería.

Evaristo Torres Olivas

4 comentarios:

Profesor dijo...

Curiosamente este individuo es un antisistema, que lucha contra un sistema que por otro lado le permite vivir muy bien.
Es curioso ver que es hijo de un empresario bastante adinerado, tiene la vida resuelta, vamos que es un pijo, hijo de un ricachón de la burguesía catalana.
Él no necesita robar las tiendas de las Ramblas, tiene dinero suficiente para comprar la tienda entera.

Juan Carlos Celorio dijo...

El fondo es perfecto, pero la forma en la que lo has expuesto me ha encantado.
No me corresponde calificarte, pero si lo hiciera te daría un sobresaliente.
Saludos.

Anónimo dijo...

En realidad se llama Pablo Rivadulla Duró. Como bien dice el comentario anterior viene de familia muy burguesa.

ARB

Anónimo dijo...

Estoy muy de acuerdo contigo .Es, además, un mamarracho.