“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

martes, 26 de mayo de 2020

Yo también fui deportista de élite

Publicado en Diario de Teruel 26/05/2020
Yo, al igual que el director de Diario de Teruel y el periodista Javier Silvestre Grau, también fui en mi adolescencia un deportista de élite. De cien metros lisos, salto de longitud y triple salto. Vivía entonces en Montréal, Canadá. En el colegio, los deportes más populares eran el hockey sobre hielo en invierno y el béisbol el resto del año. Pero eran unos deportes prohibitivos para el hijo de unos emigrantes de Villarquemado: el equipamiento para el hockey era carísimo y el guante de béisbol también costaba lo suyo. Así que me especialicé en atletismo porque solamente se necesitaban unos pantalones cortos y unas zapatillas. Deporte para pobres. Entre la docena, no más, de compañeros del equipo de atletismo yo destacaba. Fui elegido para participar en los campeonatos escolares de la ciudad. Recuerdo que me fui solo en autobús y metro al lugar de la cita. Ya salí de casa vestido para competir, con mis pantalones cortos y mis alpargatas, perdón, zapatillas de loneta. Fui solo porque mis padres no iban a dejar de trabajar para ir a verme correr y dar saltos como las cabras y los canguros en un campo de deportes de un colegio. Estamos hablando del año 1969.  Nada más llegar, me asusté: aquella gente en chándal, con unas bolsas de deportes llenas de zapatillas Adidas con clavos, toallas y ungüentos, haciendo ejercicios de calentamiento como posesos, no presagiaba nada bueno para mí. Y así fue, en todas las pruebas quedé último y a mucha distancia del penúltimo. Pero no porque yo no fuera un deportista de élite sino porque correr sin zapatillas de clavos y sin haber calentado es una desventaja insuperable. La culpa era de mis padres. Por roñosos. Eso me decía yo para no hundirme. Claro que, también podría haber pensado que hay atletas que corren y saltan descalzos y rompen todos los récords. Pero eso me hubiera hundido todavía más. A partir de aquel día, mi afición por el atletismo cayó en picado. Bob Beamon dejó de ser mi ídolo. Para la Navidad de ese año, pedí unos patines de hockey, pero en su lugar me regalaron algo mucho más útil según mi padre, mi madre y mis tíos: una máquina de escribir marca Erika, fabricada en la Alemania del Este, porque para mi familia todo lo que hacían los comunistas era de superior calidad. Al año siguiente me regalaron una trompeta, porque mi padre había tocado la corneta en la mili y quería que su hijo aprendiera música y tocara un instrumento. Nunca aprendí a escribir a máquina ni a tocar la trompeta. ¿Por qué será?
Evaristo Torres Olivas

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