Evaristo Torres Olivas
lunes, 17 de septiembre de 2018
Una profesión normal y corriente
En la entrevista que le hacen en Diario de Teruel del día
13, el escritor y médico David Sánchez Fabra dice entre otras cosas que “si la
prostitución fuera un trabajo regulado por ley del mismo modo que otros, sería
un empleo normal y corriente para quienes decidieran libremente alquilar su
tiempo y ofrecer determinados servicios”. Me ha llamado la atención lo de
“empleo normal y corriente”. Ser prostituta o prostituto, puta o puto, sería
tan corriente como ser arquitecta, cajero, fontanero o librera. Incluso me
imagino un Colegio Oficial de Putos y Putas. Entre sus cometidos estaría el de
fijar tarifas mínimas para los servicios prestados por los asociados: felación
y cunnilingus, 40 euros; paja, 35; medio polvo, 50; completo, 85. También
debería ofrecer cursos y talleres de formación: Inglés para el ejercicio de la
prostitución en zonas turísticas. Cómo mover el culo para atraer a la
clientela. Ejercicios de lengua y literatura erótica. Curso superior de fingir
orgasmos. Además, la legalización de la
prostitución serviría para que afloraran otras profesiones normales y
corrientes: pobre y explotado, saltavallas y evitaconcertinas, mujer mula,
vendedor de órganos, niño obrero. Si se legalizaran el sindicato de mujeres
mula y el de vendedores de órganos, se podría llegar a acuerdos con la patronal
del ramo para fijar la carga máxima por mujer, la CMM, o la cotización mínima
del gramo de riñón, CMGR. Si una mujer decide libremente ofrecer determinados
servicios sexuales, si una persona en apuros quiere libremente vender un riñón
para poder comer, si una mujer, libremente, hace de mula para criar a sus
hijos, si libremente un padre vende a su hija de trece años para que se case
con un hombre de 45, ¿qué derecho tiene nadie a prohibirles su medio de
subsistencia? Buscar la raíz, las causas de la pobreza, de la explotación de
las mujeres y de los niños llevaría demasiado tiempo y esfuerzo. Lo que hay que
hacer es dejarles que tengan un sindicato, un colegio profesional, o una
asociación de afectados. De esta manera acallamos nuestras conciencias y
aportamos nuestro granito, ese que no hace granero pero ayuda al compañero,
para que dentro de veinte siglos se eliminen la miseria y la explotación de las
personas.
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Sin pelos en la lengua
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