Evaristo Torres Olivas
jueves, 20 de septiembre de 2018
Herrar es umano
Ya he contado aquí en alguna ocasión que cuando yo era
estudiante, de once o doce años, imberbe y enamoradizo, copiaba poesías de
Bécquer y se las enviaba a las chicas que me gustaban. Las copiaba tal cual,
con la única diferencia de la firma, que en lugar de Gustavo Adolfo Bécquer
figuraba Evaristo Torres. Casi nunca surtían efecto, pero una vez me
correspondieron con otra poesía muy hermosa, que años más tarde descubrí que la
había escrito Quevedo y no la Margarita que la firmaba. Entre pillos andaba el
juego. Entonces no existía internet ni programas para comprobar el plagio. Hace
dos o tres años, un pariente que se había jubilado recientemente, decidió
escribir un libro para ocupar su ocio. Estuvo un año recopilando material,
leyendo y escribiendo. En una imprenta, encargó cien ejemplares que después
vendió a la familia y amigos por el módico precio de 15 euros. La portada, una
fotografía de su cara y su nombre en letras grandes. El contenido, poesías,
chistes, jotas, refranes y ocurrencias. Ni uno solo de los textos era original.
De la página 1 a la 140. Pero en ninguno de ellos se citaba ni el autor ni la
procedencia ni nada. Era el TFVL, el Trabajo Fin de Vida Laboral de mi
pariente. Pedro Sánchez, nuestro presidente, escribió un libro que contenía su
tesis y algunos otros documentos. El periódico El País ha publicado que en ese libro se plagian
párrafos enteros de la conferencia de un embajador, sin entrecomillar ni citar
la procedencia. Se trata de un “error involuntario” han declarado desde
Moncloa. "Los coautores únicamente
pueden lamentar este hecho y comprometer su subsanación en el más breve plazo.
En las siguientes ediciones de la obra se incluirá correctamente la cita",
han añadido. En resumen que hay tres tipos de copiones: los voluntarios como yo
y Margarita, los involuntarios como Pedro Sánchez, Cristina Cifuentes, Pablo
Casado y Carmen Montón, y los antólogos como mi pariente, que no es consciente
de haber incurrido en ningún error. Me despido de ustedes con unas palabras que
se me acaban de ocurrir: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero
acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en
astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. A ver si tengo tiempo
y este invierno sigo a partir de ahí y escribo una novela que se titulará Cien
años de soledad.
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Sin pelos en la lengua
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