lunes, 10 de septiembre de 2018
Charlatanes, timadores y el inglés
El timo del tocomocho y el del vendedor de crecepelo son dos
clásicos que todavía engañan a algunos incautos, pero el oficio de timador, al
igual que otras “profesiones”, se ha tenido que poner al día en la era de las
nuevas tecnologías y de las redes sociales. El inglés se ha convertido en la
lengua vehicular del trile. Los cantamañanas, comedores de tarro, vendedores de
humo y mandados hoy reciben el nombre de influencer, coach, personal shopper,
community manager, etc. Pero donde más daño hacen los pseudoprofesionales es en
el campo de la salud, cuando sustituyen la ciencia por el cuento chino y la
superchería. Hablamos del psicoanálisis, la terapia Gestalt, las constelaciones
familiares y cualquier otro invento sacacuartos. Yo estuve asistiendo, hace veinticinco años, a
sesiones semanales de psicoanálisis durante un año. Hasta que me di cuenta de
que aquello no terminaba nunca: si no lo dejo, hoy todavía seguiría con el
engaño, y las cinco mil pesetas por sesión de entonces hoy serían cien
euros. En las cuarenta o cincuenta
sesiones a las que asistí, el funcionamiento era idéntico. Llegaba, la psicoanalista—o lo que fuera— me saludaba,
me indicaba que me tumbara en un diván, ella se colocaba detrás con un cuaderno
y un bolígrafo y yo empezaba a hablar. Nunca me hizo ningún comentario, nunca
me informó de ningún tipo de progreso, ninguna orientación y tampoco cuándo iba
a terminar el jueguecito del diván. Al cabo de los 45 minutos, me decía “ya
hemos terminado por hoy”, le pagaba los mil duros y hasta la semana siguiente.
Todas estas terapias alternativas son a la psicología lo mismo que la homeopatía
a la medicina y tan eficaces como beberse un vaso de agua en ayunas para
prevenir la ceguera, contener la respiración durante diez segundos para que se
cumplan nuestros deseos o llevar una pata de conejo en el bolsillo para aprobar
un examen. Pero me temo que con la facilidades que ofrecen las nuevas
tecnologías para difundir todo tipo de embustes y noticias falsas, la batalla
contra el fraude está perdida, y más si al engañabobos los llamamos mindfulness
o loving kindness.
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Sin pelos en la lengua
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