Evaristo Torres Olivas
miércoles, 13 de junio de 2018
Víctor Manuel y Loquillo
Algunos dicen que hay que separar la vida personal y la
obra, y tal vez tengan razón. Hay músicos,
escritores, pintores y cineastas con una obra magnífica y una vida
personal nada ejemplar. A mí me cuesta separar una cosa de la otra. Si advierto
una contradicción entre lo que dice una persona y lo que hace, entre las ideas
que defiende y cómo vive, pierdo interés y su obra me parece una tomadura de
pelo. No me convence la frase que mi padre atribuía a los curas: Haced lo que
yo diga y no lo que yo haga. Tampoco me
gusta la gente sobrada, creída, la que está encantada de haberse conocido. Sirvan
los siguientes dos ejemplos para aclarar mi postura. A mí siempre me había
gustado Víctor Manuel, desde los tiempos de las canciones de su abuelo minero.
Me compraba sus discos y cedés y asistí a alguno de sus conciertos y mítines de
los de levantar el puño y cantar La Internacional, la de los parias de la
Tierra y la famélica legión. Pero dejó de interesarme y se me atragantó el personaje
cuando el escándalo de la SGAE de Teddy Bautista— de la que Víctor Manuel era
consejero— y la defensa que de él hacía. Tampoco me gustaban sus opiniones en
las que decía que al igual que pagamos los langostinos en una boda, habría que
pagar por la música que se pone. Tampoco encajaban sus antecedentes de “agrupémonos todos en la lucha final” y de
ondear banderas republicanas, por un
lado, y la publicidad para el Banco Sabadell, por el otro. Dejé de comprar sus
discos y cuando hace unos años cantó en Teruel me negué a gastarme un céntimo
en adquirir una entrada. Con Loquillo lo que me pasa es que no soporto su
pedantería. No hay cosa peor, a mi entender, que uno vaya proclamando a gritos
lo inteligente y guapo que es y el tipo que tiene. En todas las entrevistas que
le hacen, nos lo recuerda. En una de ellas dice de sí mismo: “Uno tiene que ser
muy consciente de que es la estrella del rock más importante del país”; y en la siguiente sigue con lo mismo y afirma
sin que se le mueva un pelo de tupé: “Soy la estrella más importante de este
país y eso es una responsabilidad muy grande”. Está visto que el tío se ha
hecho cargo de su propia propaganda (no sé si antes o después de morir su
abuela). También me he negado a pagar un céntimo por ir a verle a Teruel. Tal
vez esté equivocado.
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Sin pelos en la lengua
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