Evaristo Torres Olivas
lunes, 21 de mayo de 2018
Schopenhauer, los mayordomos y la humilde morada
Iglesias y Montero la han pifiado con la compra de su chalet
en la sierra. Han metido la pata hasta el corvejón. Que sea legal, que lo hayan
comprado con su dinero, que puedan pagarlo y cualquier otra razón es lo de
menos. Estos chicos, con lo listos que parecían, no se han enterado de nada. En
vano se han puesto a dar explicaciones, recurriendo a las 38 estratagemas de
Schopenhauer para querer tener razón.Cuando le preguntaban a Montero por el chalet(ver a partir del minuto 7), recurría al consejo 29 del
filósofo y se ponía a hablar de otra cosa, de los mayordomos de los poderosos;
si le pedían explicaciones sobre algo que había dicho diez segundos antes,
aplicaba otro consejo de la lista y negaba haberlo dicho. Alguien debería gritarles
a estos chicos: ¡Es el relato, estúpidos! El storytelling de las narices. Cuando se rompe, la cosa ya no tiene
arreglo. El cuento de Caperucita funciona porque Caperucita es una niña buena y
obediente, que vive en una humilde morada, que va a llevarle comida a su
abuela, que también es buena y vive sola en el bosque, en otra humilde morada y
un lobo malo se la zampa. Pobrecita. Pero imaginemos que nos enteramos de que
la abuela no es tan buena, que es dueña del bosque y les cobra a los animales unos
precios abusivos por vivir en su propiedad. El lobo entonces se convierte en un
héroe y Caperucita y su madre unas cómplices de la explotación de la abuela
tirana. El relato que se
crearon Pablo Iglesias e Irene Montero es este: Unos chicos listos, universitarios,
hijos de padres obreros y de una abogada de Comisiones Obreras. Viven en
humildes moradas en barrios de gente humilde, Vallecas y Rivas, cultivan una
imagen de gente sencilla: coleta, camisas del supermercado barato, admiradores
de Los Chikos del Maíz. Dicen nosotros y nosotras, todos y todas. Dividen a la
sociedad en dos: la casta y los de arriba, que viven en chalets en las afueras,
por una parte, y los de abajo, que se alojan en humildes moradas, por otra. Adoran a gente como Pepe Mujica, que
siendo presidente siguió viviendo en su humilde morada. El relato funciona y
mucha gente se identifica con ellos. Son unos de los nuestros, piensan. Pero si nos enteramos de que se van a vivir a
un chalet con piscina, caseta de invitados y dos mil metros de parcela, pues el
relato se cae, no funciona. Es como si Marco, en lugar de vivir en una humilde
morada y levantarse muy temprano para ayudar a su buena mamá, resultara que
viviera en un palacio, se levantara a las tantas y no diera palo al agua. El
relato se iría al cuerno y la suerte de Marco y su mono Amedio nos importaría
un pimiento.
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Sin pelos en la lengua
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