“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

martes, 3 de abril de 2018

Los amores en el trabajo

Es frecuente que surjan parejas en el lugar de trabajo. Verse todos los días, coincidir en la pausa de bocadillo o de café, en las cenas y celebraciones de la empresa, todo ello facilita que salte la chispa y aparezca la llama de la atracción, del amor o el rollo, rollito, rollete. Para quienes hemos tenido responsabilidades en departamentos de personal, los emparejamientos de la plantilla son los que proporcionan mayores problemas. Especialmente si trabajan en el mismo departamento, si hay una relación de dependencia jerárquica entre ellos o cuando la relación se termina. Mi mayor pesadilla la tuve con una pareja en el departamento de informática de una de las empresas en las que trabajé. La directora del departamento era una  mujer brillante. Se casó con un programador, y empezaron los problemas. Un director de departamento decide los aumentos salariales de su gente, asigna los trabajos, evalúa el desempeño y propone los ascensos. El marido de la directora recibía excelentes valoraciones, buenos aumentos y la asignación de los trabajos más cómodos, según se quejaban otros miembros del departamento. Cuando se separaron, los problemas aumentaron: entonces era la directora la que se quejaba de que su exmarido no realizaba las tareas asignadas y no cumplía con los estándares de calidad requeridos.  Propuso al departamento de personal que tomara acciones. Desde el punto de vista de la dirección de la empresa, si había que prescindir de uno, la elección era fácil: despedir al programador. La directora era una excelente profesional, con mucha experiencia, hablaba idiomas; el exmarido, un programador fácilmente sustituible. Pero como no hay ninguna norma que prohíba trabajar en la misma empresa a dos personas que sean pareja y tampoco había causas objetivas para el despido sino todo lo contrario: el trabajador podía aportar un historial de excelencia durante varios años. Tampoco había posibilidad de trasladar al trabajador a otro departamento: un programador informático solo tiene cabida en un departamento de informática. Tras muchas y tensas reuniones con el interesado, su abogado y los representantes del comité de empresa, se acordó una indemnización para que abandonara la empresa. Y durante semanas, el resto de la plantilla asistió al desarrollo del culebrón, en el que el bueno era el pobre programador y los malos, su exmujer y el cabronazo de personal: yo.

Evaristo Torres Olivas

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