Evaristo Torres Olivas
martes, 3 de abril de 2018
Los amores en el trabajo
Es frecuente que surjan parejas en el lugar de trabajo.
Verse todos los días, coincidir en la pausa de bocadillo o de café, en las
cenas y celebraciones de la empresa, todo ello facilita que salte la chispa y
aparezca la llama de la atracción, del amor o el rollo, rollito, rollete. Para
quienes hemos tenido responsabilidades en departamentos de personal, los
emparejamientos de la plantilla son los que proporcionan mayores problemas.
Especialmente si trabajan en el mismo departamento, si hay una relación de
dependencia jerárquica entre ellos o cuando la relación se termina. Mi mayor
pesadilla la tuve con una pareja en el departamento de informática de una de
las empresas en las que trabajé. La directora del departamento era una mujer brillante. Se casó con un programador, y
empezaron los problemas. Un director de departamento decide los aumentos
salariales de su gente, asigna los trabajos, evalúa el desempeño y propone los
ascensos. El marido de la directora recibía excelentes valoraciones, buenos
aumentos y la asignación de los trabajos más cómodos, según se quejaban otros miembros del departamento. Cuando se separaron, los problemas
aumentaron: entonces era la directora la que se quejaba de que su exmarido no
realizaba las tareas asignadas y no cumplía con los estándares de calidad
requeridos. Propuso al departamento de
personal que tomara acciones. Desde el punto de vista de la dirección de la
empresa, si había que prescindir de uno, la elección era fácil: despedir al programador.
La directora era una excelente profesional, con mucha experiencia, hablaba idiomas;
el exmarido, un programador fácilmente sustituible. Pero como no hay ninguna
norma que prohíba trabajar en la misma empresa a dos personas que sean pareja y
tampoco había causas objetivas para el despido sino todo lo contrario: el
trabajador podía aportar un historial de excelencia durante varios años. Tampoco
había posibilidad de trasladar al trabajador a otro departamento: un programador
informático solo tiene cabida en un departamento de informática. Tras muchas y
tensas reuniones con el interesado, su abogado y los representantes del comité
de empresa, se acordó una indemnización para que abandonara la empresa. Y
durante semanas, el resto de la plantilla asistió al desarrollo del culebrón,
en el que el bueno era el pobre programador y los malos, su exmujer y el
cabronazo de personal: yo.
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Sin pelos en la lengua
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