viernes, 9 de marzo de 2018
Discriminación (1)
Una vez finalizada la exitosas y necesarias huelga y
manifestaciones de las mujeres, voy a dedicar unas cuantas columnas a dar mi
opinión sobre la discriminación de las mujeres y otras discriminaciones. Las
personas nos diferenciamos por muchos motivos: ricos y pobres, mujeres y
hombres, jóvenes y viejos, blancos y negros, cristianos y musulmanes, del norte
y del sur, de izquierdas y de derechas, y algunas otras más. En función de cómo
se combinen las diferentes categorías, el nivel de discriminación es diferente.
Incluso hay una categoría que da igual con qué se combine y apenas sufre
discriminación: ser rico. Si eres rico da igual que seas hombre o mujer, Emilio
Botín o Patricia Botín, Esther Koplowitz o Florentino Pérez, que seas blanca o
negro, Susanne Klatten o Alhaji Aliko Dangote, etc. Si eres lo contrario de rico, pobre, se te ponen
las cosas más difíciles y, además, conforme le vas añadiendo categorías, todo se complica: mujer pobre es peor que
hombre pobre; mujer pobre y blanca no es tan malo como mujer pobre y negra. Si
este último es tu caso, te expones a que te vendan, te violen, te rebanen el
clítoris, te lapiden, te decapiten o te arrojen a la pira si tu marido muere
antes que tú. No sé si en la prehistoria ha habido sociedades matriarcales o
igualitarias, pero en todas las épocas históricas documentadas, en todas las
civilizaciones, las mujeres han sido ignoradas. También el 99 por ciento de los
hombres, pero el hecho de que los protagonistas que aparecen en los libros de
historia (escritos por hombres) sean casi todos hombres lleva a muchos a pensar
que todo hombre es superior a la mujer. Esto de atribuirse unos méritos que no
le corresponden es algo muy humano: si nuestro equipo de fútbol gana un
partido, decimos que hemos ganado, aunque nuestra contribución al triunfo haya
consistido en ver el partido tumbados en el sofá y vaciar una caja de cervezas;
o si un escritor o escritora (nunca ha sucedido) recibe el Nobel de Literatura,
decimos que nos han dado el Nobel,
aunque nunca hayamos escrito nada. En definitiva, que la historia la han
escrito, y la escriben, un puñado de hombres blancos. Y quien escribe un relato,
se atribuye el papel de protagonista,
del bueno de la historia, y asigna a la mujer un papel de relleno, de reparto.
O la ignora completamente.
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Sin pelos en la lengua
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