“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

viernes, 2 de febrero de 2018

Lo que pasa en la calle

Para David y Julián
Como comentario y crítica a mi columna de ayer, un conocido de Podemos me manda este extracto del filósofo de cabecera de los podemitas: “Los significantes flotantes son elementos discursivos privilegiados que fijan parcialmente el sentido de la cadena significante, constituidos en el interior de “una intertextualidad que los desborda” y cuya principal característica es su naturaleza ambigua y polisémica (Laclau, 2004). Dan cuenta de luchas políticas y semánticas por hegemonizar un espacio político discursivo”. Ante semejante despliegue de artillería verbal—o tal vez debería decir diarrea—uno no sabe si echarse a llorar o revolcarse por el suelo muerto de risa. Traducido al lenguaje corriente, lo que dice el filósofo argentino es que para evangelizar al personal hay que largarle palabras que significan una cosa y su contraria, negro y blanco, todo y nada, arre y so, donde nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira. Eso significa ambigua y polisémica. Es la técnica del vendedor de crecepelo. O de burras. Frente a tanta erudición, tanta palabrería gratuita, yo prefiero los consejos de otros autores argentinos. La periodista Leila Guerriero, por ejemplo. La base de la tarea del comunicador es “decodificar una realidad compleja y llevarla a los lectores para que se asqueen, se maravillen u opinen exactamente lo contrario, pero jamás para que les resulte indiferente”. Y pone ejemplos: frente a las cifras, los porcentajes y las palabrejas incomprensibles como “empoderamiento”, “objetivos de desarrollo sostenible”, “viabilidad”, “formulación de indicadores”, que no conmueven, están las historias concretas de personas con cara y ojos, con nombre y apellidos. Y añade: “Detrás del término femicidio hay una mujer violada hasta la tumefacción y descuartizada por su marido, y detrás de la frase “violencia de género” hay mujeres a las que les arrancan los ojos y a quienes queman con ácido, pero, envuelta en el hojaldre bonachón de palabras que no dicen nada, la realidad llega al lector desactivada, sumergida en hectolitros de líquido anestésico”. También lo dijo hace mucho Antonio Machado: frente a “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”, es mucho mejor hablar de “lo que pasa en la calle”.

Evaristo Torres Olivas

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