Publicado en el Diario de Teruel el 31 de agosto
Una boda debería ser un acontecimiento privado que solamente interesara a los que se casan, sus familiares y amigos. Y así es para la mayoría de la gente, pero no para los “famosos”. Las revistas del corazón en un principio, y ahora todas las revistas, periódicos, televisiones y redes sociales han encontrado en el chismorreo un filón inagotable.
Una boda debería ser un acontecimiento privado que solamente interesara a los que se casan, sus familiares y amigos. Y así es para la mayoría de la gente, pero no para los “famosos”. Las revistas del corazón en un principio, y ahora todas las revistas, periódicos, televisiones y redes sociales han encontrado en el chismorreo un filón inagotable.
Se ha casado el político Alberto Garzón y ha habido
comentarios de todo tipo. Desde que los comunistas no deberían casarse hasta
criticar que se hayan gastado más de 300 euros por menú y hayan contratado a
una figura llamada wedding planner (otra
chorrada más a añadir al coach y al personal shopper). Se han mezclado
hechos con invenciones y mucha mala leche. El propio Garzón ha tenido que salir
al paso y aclarar algunas cosas: que viste como le da la gana, que se gasta su
dinero ganado honradamente como le place y que el precio del menú no ha sido de
300 euros sino de una tercera parte. Yo creo lo que dice el líder de Izquierda
Unida y diputado.
Garzón no ha hecho nada diferente a lo que hacen la mayoría
de ciudadanos que se casan. En mi pueblo, sin ir más lejos, quienes contraen
matrimonio, civil o religioso, hacen despedidas de soltero, encargan menús de
cien euros o más y se visten con trajes que cuestan una pasta gansa y que sólo
usan el día de la boda. Y algunos también recurren a la cosa esa del wedding planner.
Viendo las fotos de la boda de Garzón, en nada se distingue de
otras muchas bodas. Podría ser la boda de unos jóvenes de mi pueblo, de un
torero o de una folclórica. Ella de blanco, él con traje azul, chaleco gris y
corbata. Guirnalda en la cabeza ella, y ramillete en el ojal él. El disfraz
establecido para los que se casan.
Si algo se les podría reprochar es que a su boda vayan de
tul elegante y de punta en blanco y acudan al parlamento descamisados, descorbatados o con camisetas de la
marea verde, la blanca o de Carrefour. Porque si importante y solemne es una
boda, no lo es menos la representación en un parlamento.
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