Con motivo del XXV
Aniversario de Barcelona'92, la judoca Miriam Blasco, primera española en
conseguir una medalla de oro, declaraba que lleva veintidós años con su pareja, y rival en la final
olímpica, Nicola Fairbrother. De
esos veintidós años, “casadas uno y pico”. Una bonita historia de amor,
pensarán muchos. Y de hipocresía, añado yo. Blasco, tras retirarse de la
competición, fue senadora del PP. Y votó contra el matrimonio homosexual. ¡Manda
huevos!, que diría otro ilustre miembro destacado del PP y del Opus Dei,
Federico Trillo, el mismo que gritó ¡Viva Honduras! en una visita a El
Salvador; y el mismo que era ministro cuando se produjo la tragedia del Yak-42
y se falsificaron las identificaciones de 30 de los 62 fallecidos. Del mismo
partido es también Francisco Álvarez Cascos, que se opuso a la ley del divorcio
porque “la familia es indivisible” y ya va por su tercer matrimonio. Miriam Blasco dice ahora, cuando ya tiene asegurada la pensión máxima: «Voté en contra
del matrimonio igualitario por disciplina, pero mucha gente del PP es
homosexual». A buenas horas, mangas verdes. La disciplina y la obediencia
debida se han utilizado y se utilizan como excusas para quitarse de encima toda
responsabilidad en acciones vergonzosas. Por disciplina y obediencia se han
cometido las mayores atrocidades. Una persona honesta no debería apoyar causas
que van en contra de la dignidad o de los derechos humanos. No se puede apoyar
el racismo, la violencia, y la homofobia
alegando disciplina. Si Miriam Blasco está casada con una mujer, cuando su
partido le pidió que se opusiera a los matrimonios homosexuales, debería haber
practicado la desobediencia clarividente en lugar de la obediencia ciega. O
dimitir. Todo lo demás son milongas. Se dice que la práctica del deporte
desarrolla valores que nos hacen mejores personas, pero no deja de tener
algunas excepciones como es el caso de Miriam Blasco. En el deporte ha
conseguido medallas doradas, muchas victorias por ippon y ascensos a lo más
alto del podio. Pero fuera del deporte ha alcanzado “las más elevadas cimas de
la miseria” humana: traicionar a los suyos.
Evaristo Torres
Olivas
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