Cuenta Teresa Teresa Rodríguez, la de Podemos, en la
entrevista en la SER, que la diferencia entre la medalla concedida a la virgen
por Kichi y la que entregó el ministro pepero y opusdeísta Fernández Díaz está
en que, en el primer caso se recogieron 6.000 firmas en una farmacia del barrio
de Santa María de Cádiz y, en el segundo, el ministro lo hizo sin consultar a
nadie. Yo eso no me lo creo. El ministro tiene un ángel de la guarda que se
llama Marcelo y, según confiesa, le “ayuda en pequeñas cosas, como aparcar el
coche. Y también en las grandes, siempre ayuda”. ¿Qué tiene más valor, 6.000
firmas de exaltados o un ángel custodio
nombrado por Dios? La duda ofende. Ofende a Dios. Las firmas de la
farmacia suponen un ridículo 5 por ciento de la población de la ciudad. Si con
ese exiguo número se consigue imponer que los santos y las vírgenes se cuelen
en las instituciones civiles porque así lo pide el pueblo, lo mismo podrían
hacer, por ejemplo, los desempleados que no tienen ingresos o los desahuciados
que se han quedado sin casa. Bastaría que seis mil parados o seis mil
desahuciados pidieran un salario de 1 500 euros y una casa de 90 metros gratis
en una farmacia de la Puerta del Sol para que el Kichi de turno se lo
concediera, con el respaldo de la Rodríguez correspondiente. Aunque si eso no
daba resultado, siempre podrían echar mano de los ángeles que le labraban a San
Isidro mientras él rezaba o se echaba la siesta en un ribazo, a la sombra de un
árbol. Porque digo yo que si las firmas en las farmacias y los ángeles
custodios sirven para conceder medallas, también servirán para ayudar a parados
y gente sin casa. Ah, y si los santos y
las vírgenes se cuelan en ayuntamientos y escuelas, en justa correspondencia,
las iglesias deberían permitir la celebración de otras actividades fuera del
horario de las misas. Por ejemplo, una fiesta por todo lo alto el Día del
Orgullo Gay, o el encuentro anual de una asociación de ateos y agnósticos.
Estoy seguro de que a los dirigentes de Podemos les parecerá bien. También a
Marcelo, el protector del ministro. Y no digamos a nuestro papa Francisco, ese
hombre bueno y campechano que sustituyó al intolerante Ratzinger.
Evaristo Torres Olivas
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