“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

miércoles, 5 de marzo de 2014

La comunicación que aísla

El título de esta columna puede parecer una contradicción. O un oxímoron. La comunicación sirve, o debería servir, para unir, poner en contacto a las personas. Una comunicación que aísla no es, en principio, comunicación. Así que voy a intentar explicarme para que no piensen ustedes que me he vuelto majareta.
  Nunca he sido muy aficionado a los móviles. Considero que es un invento útil, cuando se necesita, pero también un juguete que te hace perder el tiempo en conversaciones innecesarias. Lo mismo podría decirse de Internet: te permite comunicar instantáneamente  con personas a miles de kilómetros;  o consultar una biblioteca entera sin moverte de casa. Pero también te puede hacer perder el tiempo en gilipolleces. Pero sobre todo, tanto el móvil como Internet se han convertido en un tipo de comunicación a distancia que sustituye a la comunicación cara a cara, presencial. Tal vez unos ejemplos sirvan para aclarar lo que pretendo decirles. La semana pasada asistí a una conferencia en Zaragoza. En la sala, numerosas personas, hombres y mujeres, en lugar de escuchar a los ponentes, estaban enganchados a sus móviles, WhatsAppeando (perdonen el barbarismo). Me resulta desagradable ver a esa gente, abstraída, moviendo los pulgares a toda velocidad. ¿Para qué asisten a la conferencia si no les interesa? En uno de los descansos me fui con un grupo  de personas a tomar un café. En la mesa, dos de las cinco personas, se pasaron el tiempo mandando y recibiendo mensajes sin intercambiar ni una palabra con los que estábamos en la misma mesa. A la vuelta desde Zaragoza a Teruel, en el autobús subieron muchos jóvenes, a partir de Calamocha (era domingo y seguramente eran estudiantes que volvían a sus clases después de pasar el fin de semana en el pueblo). Apenas hablaban entre ellos, pero todos estaban conectados a sus móviles, enviando y recibiendo mensajes, no se sabe a quién, o quizás se los enviaban al que tenían en el asiento de al lado. A veces el ruido de la gente hablando en voz alta  molesta, pero el silencio sepulcral de un autobús lleno de jóvenes moviendo los pulgares a toda velocidad, con sonrisas bobaliconas  y sin articular palabra, acojona. Y es que algunos inventos pensados para comunicar, sirven para aislar  a las personas.

Evaristo Torres Olivas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues sí.
El problema de la tecnología es que su desarrollo y control no está en manos de la población.

Aunque haya multitud de avances y dispositivos que son útiles, en la práctica los de arriba nos dan lo que les interesa que tengamos y, prácticamente siempre, llevan al grueso de la población por la senda que ellos marcan.

Quizá, a no demasiado tardar, se atreverán a ir en serio con lo de ponernos un microchip identificativo a las personas, vendiéndolo como avance, comodidad para algunos trámites y seguridad... cuando esconde un peligro mortal de control social y de invasión absoluta de la poca libertad de decisión que nos queda.
Pero no importa, nos lo venderán inteligente y magníficamente y, como siempre, la mayoría de la población estará encantada o completamente resignada a ponerse el engendro.
No me gusta hacer vaticinios, pero me da que esta es una amenaza demasiado real.