“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

jueves, 4 de abril de 2013

Para quedarse de una pieza

No me gustan los coches. Tengo uno pequeño, de los baratos, sin extras. Viviendo en un pueblo no hay otra alternativa si se quiere acudir a la ciudad a disfrutar de los actos culturales, manifestaciones y otros saraos. Mi coche me costó 12.000 euros hace cinco años. El 95 por ciento de los kilómetros recorridos han sido para ir a Teruel y volver a mi pueblo. Por la autopista o por la carretera. Y toda esta introducción para explicarles cómo funciona la economía capitalista. Cada vez que voy a la revisión para cambio de aceite y filtros, me cuesta varios cientos de euros. Hace un año, me di un pequeño golpe en el que se rompieron unas piezas de plástico del paragolpes y el presupuesto para  cambiarlas ascendía a seiscientos euros. La semana pasada, una indicación en el tablero me informaba de que el sistema anti polución  estaba defectuoso. El diagnóstico del taller: había que cambiar una “piececica”. Cambiar la piececica me costó 500 euros (incluidos los impuestos). Y ahora viene mi duda: si un coche tiene cientos de piezas y piececicas, y cada pieza y piececica cuesta un huevo, ¿cuánto costaría mi coche por el que pagué 12.000 euros si lo hubiera  comprado a piezas? Según mis cálculos, diez veces más y siete si me lo montaba yo. No está mal el negocio de los coches. De lo que se trata es de venderlos con una obsolescencia programada—que quiere decir que las piezas se van jodiendo según un maquiavélico plan de los fabricantes—y obligar al pobre consumidor a acudir a que se lo reparen cobrándole la pieza a precio siete veces superior a lo que se la cobraron inicialmente. Un negocio redondo para los fabricantes de coches y piezas y para los concesionarios. De ahí que no haya mucho interés en desarrollar los transportes públicos, ni en que circulen muchos trenes. De hecho, en Estados Unidos los fabricantes de coches compraron las compañías de ferrocarril para a continuación hundirlas. Es mucho más rentable para ellas que mil ciudadanos viajen todos los días en mil  coches particulares a que se suban mil personas en un tren. Suponiendo que se producen las averías a la vez en un tren que en un coche, pongamos, por ejemplo, una junta de la trócola, no es lo mismo cambiar una junta  a un tren que mil juntas a mil coches. Ni contamina lo mismo un tren con mil personas que mil coches con una persona. Pero a los que se forran, la contaminación solamente les interesa si pueden vender piececicas anti polución a quinientos euros cada una.

Evaristo Torres Olivas

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