“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

lunes, 8 de abril de 2013

Oler a chotuno

La Iglesia ha fichado a un buen especialista en márquetin y propaganda: Francisco, el papa. No sé si con la ayuda del Espíritu Santo— que procede del Padre y del Hijo, según unos y sólo del Padre según otros—o con la de un equipo de sociólogos y expertos en demoscopia. Cualquier entendido en vender humo sabe que para colocar un producto hay que encontrar un mensaje sencillo, único, un eslogan que automáticamente te haga recordarlo. Una vez encontrado, hay que repetirlo miles de veces: porque el mejor mensaje del mundo, si no se repite machaconamente, se olvida. Si a Juan Pablo segundo, te quiere todo el mundo, se le recordará por su afición a besar el cemento de los aeropuertos, y a Benedicto, Ratzinger, por intelectual, cultivador de la teología (una rama de la ciencia ficción) y por  sus zapatos colorados de 400 euros el par, a Francisco lo quieren colocar en el nicho de mercado de los pobres, del lumpen.  Ya en la investidura, o como se llame el acto de toma de posesión, renunció al armiño y al oro. Después, abonó la cuenta del hotel vaticano—o residencia—en el que se alojó (magnífica puesta en escena,  porque los cardenales nunca pagan nada de su bolsillo, ni cuando viajan por “trabajo” ni cuando lo hacen por placer). La última cuña de la campaña publicitaria de Francisco ha consistido en lavarles y besarles los pinreles a doce adolescentes en una cárcel de menores, “entre ellos dos muchachas, una católica y otra musulmana”. Para reforzar el mensaje, celebró después una misa en el Vaticano y en la homilía les pidió a los curas que dejaran de lavarse, para oler a choto. Exactamente dijo que fueran “pastores con olor a oveja”. Será todo lo metáfora que ustedes quieran, pero Francisco sigue considerando que las personas son un hatajo de borregos. Pero lo importante en todo esto es que no hay que acompañar con hechos las palabras. Lo mismo que los mejunjes azucarados que te joden la salud se anuncian como chispa de la vida, la Iglesia puede  predicar la pobreza y seguir estando al lado de los poderosos, igual que lo lleva haciendo  desde que se inventaron el negocio de la venta de humo.

Evaristo Torres Olivas 

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