Todos los creyentes vivían unidos y tenían las cosas en común. Vendían las propiedades y los bienes, y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma, y ni uno de ellos no decía que fuera suyo nada de lo que le pertenecía, sino que todo les era común. No había ningún pobre entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, llevaban el producto de la venta y lo depositaban a los pies de los apóstoles; entonces era distribuido a cada uno, según sus necesidades.
Pues ya puede empezar a repartir
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