“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

lunes, 10 de diciembre de 2012

El pianista del burdel

"No le digas a mi madre que soy periodista, dile que soy pianista en un burdel”. Estas palabras que se le atribuyen al escritor y periodista Tom Wolfe, ilustran, de manera jocosa, la consideración social que en algunos momentos ha merecido el periodismo. Este es uno de esos momentos. Entre los periodistas carroñeros del hígado y del corazón, los mercenarios al servicio de los poderosos, los imbéciles que se hacen pasar por la reina Isabel y el príncipe Carlos para acceder a la habitación donde está Catalina, la duquesa preñada, los que difunden noticias falsas en periodos electorales para intentar modificar los resultados y otros ejemplares, han conseguido convertir a la profesión de periodista en una de las más desprestigiadas, junto a la de político. Juan Luis Cebrián, periodista, director durante muchos años de El País y en la actualidad consejero delegado de Prisa, es uno de los que están contribuyendo a enfangar aún más el oficio de periodista. Su comportamiento en el ERE de Prisa es todo menos ejemplar. Después de la escabechina en el periódico, cuando se le reprocha a Cebrián que él ha cobrado 13 millones de euros, su contestación es que se trata del “sueldo habitual del mercado”. Estas afirmaciones se las podría esperar uno de los responsables de otros periódicos pero no del que se dice diario progresista, el periódico de la Transición, el que llevaban los progres barbudos; el periódico que se oponía en sus páginas a la reforma laboral y que no ha dudado en utilizar cuando se ha tratado de despedir a sus trabajadores.  Afortunadamente, en medio de tanta mierda, hay algunas personas que consiguen que aún quede algo de esperanza sobre el futuro de la profesión de periodista. Es el caso de Enric González, uno de los despidos de El País. En un escrito decía: “Que más de diez docenas de periodistas sean despedidos de un periódico que baña en oro a sus directivos y derrocha el dinero en estupideces es bastante grave. Que en España haya millones de personas sin trabajo y con muchísimas dificultades para llevar una vida digna, mientras algunos se enriquecen a costa de la miseria ajena, es una tragedia.

Evaristo Torres Olivas

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