La derecha y la Iglesia se erigen en defensores a ultranza
de la familia. La Iglesia, además, defiende la vida comunitaria de los
conventos y esas cosas. Está bien proteger a la familia. Y a la vida
comunitaria. Si nos fijamos en cómo funciona una buena familia, veremos que el
padre y la madre trabajan para sacar adelante a los hijos. Los hijos mayores
ayudan a los más pequeños. Los más listos a los que tienen más dificultades. Si
alguien enferma, todos se sacrifican para cuidarle. En una familia que
funciona, todo es de todos. Ningún progenitor sensato permite que el hijo mayor
o el más goloso se coma toda la tarta de cumpleaños y deje a los demás sin
nada. Y cuando los padres ya no están para muchos trotes, son los hijos quienes
los cuidan. En una comunidad religiosa seguramente pasa lo mismo: nadie es más
que nadie y todos colaboran por el bien del grupo. Aunque no he estado en
ninguna, quiero creer que la hermana o el hermano cocinero no tienen más
privilegios que el hermano o la hermana que cultiva el huerto o los que llevan
la contabilidad o los que se dedican a otras tareas más “intelectuales”. Y si la sociedad es la reunión de familias y
de comunidades, debería regirse por las mismas leyes y principios: la solidaridad
entre todos los miembros, nadie jode a nadie, los más capacitados ayudan a los
que lo son menos, los mayores a los pequeños, los sanos a los enfermos, los
hijos a sus padres ancianos. Pues no es así. Pizarro dice que nones. Pizarro y
los entusiastas del libre mercado (menudo eufemismo). Para ellos, el que juega
bien, gana, y el que no, pierde. El más brutote se puede comer toda la tarta y
los demás que se jodan. El que más aviones de combate y tanques tiene puede
robarle el petróleo a los que van en taparrabos
y con palos. Y si todavía creen en el cuento de que el mercado y la
competencia son los que mejor asignan
los recursos y producen los mejores productos al menor precio para los
consumidores, investiguen lo saludable que es la Coca Cola, lo que cuesta
producir una lata de chispa de la vida y el precio al que se vende. Incluso
Pizarro, que seguramente es un buen padre y un buen abuelo, sabe que cuanta
menos Coca Cola beban sus hijos y nietos, mejor. Y que venderla al precio que la venden, un
robo. Claro que para ello, en el mercado
libre y competitivo (jajaja) de los mejunjes, Coca Cola tiene una cuota mundial de más del
25%. El que le sigue, la Pepsi no llega ni a la mitad. Y cuando se domina el
mercado de esa manera, pueden hacer lo que les dé la gana y fijar los precios que quieran. De
hecho el porcentaje del margen bruto de Coca Cola en el año 2011 superaba el
60%.
Evaristo Torres Olivas
En la familia, todo, aunque sea poco, se comparte
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