Hasta hace tres o cuatro años, en el nicho u hornacina de la portada de la iglesia de mi pueblo se encontraba una de las pocas estatuas de una virgen travestida: la estatua de la Asunción. Tenía cuerpo de mujer y cabeza de tío. Tan es así que era conocida por San Joto, un santo inexistente pero que tenía acojonadas a las mozas del pueblo. Según la creencia, si una moza no era virgen al entrar en la iglesia el día de su boda, San Joto la emprendía a pedradas contra ella. O bien las mozas de mi pueblo eran unas virtuosas o San Joto carecía de poderes para detectar si accedían al altar inmaculadas, porque nunca se supo que moza ninguna fuera herida de pedrada al entrar a la Iglesia. El autor de la cabeza masculina de la virgen fue un albañil de Celadas, El Chato, que en el año 1952 le plantificó la testa de hombre a la estatua decapitada. Con toda la buena voluntad del mundo. La misma con la que doña Cecilia Giménez, la octogenaria que ha restaurado la deteriorada pintura de un Cristo en una ermita de Borja. La única diferencia es que la obra de doña Cecilia ha dado la vuelta al orbe y el nombre del pueblo zaragozano es conocido mundialmente mientras que el San Joto con tetas de mi pueblo solamente lo conocemos los habitantes de Villarquemado y municipios aledaños. Y dentro de poco, ni siquiera eso, porque ha sido sustituido por una escultura regalada por Herminio Torres, un artesano nacido en el pueblo. La nueva Asunción tiene rostro de la actriz Inés Sastre, según confesión del autor, y lleva una raja en la falda por la que asoma el muslamen . Si en los años 50 hubieran existido Internet y las redes sociales, el nombre de Villarquemado sería hoy conocido en todas partes, y tal vez San Joto fuera reconocido como el patrón de los transexuales y mi pueblo lugar de peregrinación para los creyentes que tienen un cuerpo diferente al que les dicta su cabeza. Con la restauración de la octogenaria de Borja, se han hecho miles de camisetas, se han formado largas filas de visitantes para retratarse junto al Cristo retocado de doña Cecilia. Y a nuestro San Joto y al albañil que le colocó la cabeza, no los conoce ni el Tato. El anonimato es el precio que pagó El Chato por ser un adelantado a su tiempo.
Evaristo Torres Olivas
San Joto, Inés Sastre y detalle de la raja de la falda
2 comentarios:
¿Y dónde ha ido a parar San Joto?, pobrecico. Yo, hasta le he cogido devoción.
San Joto debe de estar reposando en algún cuarto oscuro de la Iglesia, después de muchos años a la intemperie y con una cabeza que no corresponde a su cuerpo; o al revés.
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