Evaristo Torres Olivas
martes, 25 de septiembre de 2012
Nacionalismo (III)
Otro de los motivos por los que no soy nacionalista es porque la mayoría de los que se dicen nacionalistas están entre las personas cuya actuación pública más detesto. Empecemos por los españolistas, esos que llevan la bandera de España en la correa del reloj o en el cuello del niqui: Aznar, Rajoy, Esperanza Aguirre y compañía. Sigamos con los vascos Arzallus o Ibaretxe. Después con los catalanes Pujol o Carod-Rovira. Y terminemos con el más raro, ambiguo, oportunista, que no se sabe si es nacionalista español, aragonés o teruelés: José Ángel Biel, aragonesista regionalista, marcelinista o rudista, según le conviene no a los intereses de Aragón sino a los suyos propios. Muchas veces, la mejor manera de definir lo que uno es consiste en enumerar lo que uno no es. Yo no soy como ninguno de los personajes que he enumerado más arriba. A mí no me gusta ninguna nación gobernada por cualquiera de esos elementos. El nacionalista español verá siempre en el catalán y en el vasco a un enemigo al que hay que vigilar; el nacionalista vasco o catalán verá siempre en el andaluz, el extremeño, el castellano o el murciano a un español cejijunto, vago y pendenciero. Y así no vamos a ninguna parte. Los nacionalistas, españolistas, catalanistas, vasquistas, aragonesistas, destinan muchos recursos económicos que deberían ir a educación, sanidad, y servicios sociales, a inventarse la historia, comprar medios de comunicación, subvencionar proyectos culturales afines a su ideología, montarse embajadas, consulados y oficinas en el extranjero. Y también a contaminar todo, desde la gastronomía, la ciencia o el deporte, de su nacionalismo rancio, excluyente y ciego. Así, un partido de fútbol entre el Barcelona y el Madrid no es un simple evento deportivo sino el enfrentamiento entre la nación catalana y la española, entre el centralismo casposo y opresor y el que es más que un club, el que representa las ansias de libertad del pueblo catalán, según los nacionalistas catalanes; y la lucha de los valores de la patria española contra los bárbaros separatistas que quieren destruir la nación más antigua de Europa, si quien opina son los nacionalistas españoles.
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A samugazos
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3 comentarios:
Copiar y pegar es muy fácil así que como no lo voy a hacer, os pongo, si Evaristo quiere, un enlace en el que mucho váis a ver escrito lo que pensáis. Punto por punto. Que os guste, y a tí también Evaristo
http://www.eldiario.es/manolosaco/dios-patria-rey_6_48705149.html
Acabo de ver en el peródico El Pais una grabación mediante teléfono móvil de un control policial a uno de los autobuses que iban a Madrid acerca del tema de "rodea el Congreso". Desearía que observaras al agente que entra en primer lugar y te percataras de su forma de dirigirse a los ciudadanos: como un auténtico macarra barriobajero. ¡CHULOPUTAS!
Bueno, entre el nacionalismo español te olvidas al Psoe y a IU, que aunque su estrategia pase por airearlo menos que el PP no se quedan atrás. El Par también es un partido muy español.Otra cosa es usar la jota y el cachirulo para montarse el negocio que conocemos.
Se te ha olvidado comentar una cosa muy importante sobre los nacionalismos: que se basan en los sentimientos, no en la razón.
A cualquiera nos arrebata ver como le quitan, por ejemplo, la sanidad a los inmigrantes "ilegales" por el hecho de serlo pero, aunque haya sentimientos por medio (como la ira, en este caso)hay razonamientos detrás que nos llevan a ver más conveniente que el derecho a la Salud sea universal.
Por otro lado, también es importante señalar que es imposible, tener un estado y no generar un nacionalismo asociado. Aunque sus gobernantes hablaran más de ideas y menos de territorios, lenguas y costumbres.
Por tanto, el antídoto contra los nacionalismos es hacer realidad que las personas son personas y punto, derribando fronteras "nacionales" al organizarse la vida de todos sin gobernantes ni gobernados.
En cuanto hay estado creas una nueva clase privilegiada (ya sea agarrada al poder o rotatoria) y una nuevo sentimiento de pertenencia (por no hablar de otras cosas aún peores).
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