“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

lunes, 11 de junio de 2012

Obispo Polanco, sábado por la tarde

He vuelto al hospital del obispo. Esta vez para cuidar a un familiar. Me sigue jodiendo que un centro de salud público lleve el nombre de un obispo católico. Igualmente me jodería que llevase el nombre de cualquier otro santo o santurrón de cualquier otra religión. No sé cómo nuestras autoridades políticas—y también las religiosas – no tienen una “mijita” de sensibilidad. Al igual que a Rouco o a Benedicto no les gustaría que les ingresaran en un hospital que llevara  por nombre Carlos Marx o La religión es el opio del pueblo, a mí me jode (y mucho) entrar en un recinto con nombre de obispo. Como he estado toda una semana en el hospital,  día, tarde y noche, y las horas pasan muy despacio y el aburrimiento es mucho, me ha dado por cotillear y fijarme en todo, recorrer todos los pasillos, fijarme en todos los aparatos, en los agujeros de las sábanas, los escorchones en las paredes, las jerarquías hospitalarias –médicos, enfermeros, auxiliares,  limpiadores y celadores, estudiantes en prácticas, etc. – y sus rituales. También en el despilfarro de  baberos absorbentes y la jeta de una trabajadora con traje blanco impoluto que le dice delante de mis narices a otro trabajador con traje del mismo color que se va a ver una peli porque se aburre. Otro espectáculo que he podido contemplar ha sido la presencia de cinco acompañantes en la habitación de un enfermo, todos gritando como si estuvieran en la taberna de Blas, sin que nadie les llamara la atención. Menos mal que en todas las habitaciones hay un cartel muy bonito que nos pide, entre otras cosas, que “se hable en voz baja” y que “la masificación repercute negativamente en el desarrollo y la recuperación” del enfermo.  Finalmente he podido comprobar que en algunos casos los acompañantes del enfermo están peor que el enfermo o que simplemente lo que hacen es dormitar en el asiento, comer y molestar al otro u otros enfermos que comparten la habitación. Pero en España, al contrario de otros países, hay que estar día y noche con el enfermo y no solamente en las horas de visita. Y en una habitación pequeña  dos o más enfermos y dos o más acompañantes, no es precisamente un lugar en el que se respire aire puro.

Evaristo Torres Olivas

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