Rechazar un premio podría considerarse un acto de soberbia. Que se reconozcan los méritos de una persona es algo que de entrada no debería molestar a nadie, sino todo lo contrario. Salvo que el premiado explique los motivos por los que rechaza el premio. Al artista Santiago Sierra, le habían otorgado el Premio Nacional de Artes Plásticas por, en palabras del Ministerio de Cultura, “su obra crítica, que reflexiona sobre la explotación y la exclusión de las personas, y genera un debate sobre las estructuras de poder, tal y como se manifiesta en sus diversos proyectos desarrollados a lo largo de dos décadas". Y lo ha rechazado. Permítanme una cita extensa de la carta que le ha enviado a la ministra de Cultura: “Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado. Un estado que pide a gritos legitimación ante un desacato sobre el mandato de trabajar por el bien común sin importar qué partido ocupe el puesto. Un estado que participa en guerras dementes alineado con un imperio criminal. Un estado que dona alegremente el dinero común a la banca. Un estado empeñado en el desmontaje del estado de bienestar en beneficio de una minoría internacional y local. El estado no somos todos. El estado son ustedes y sus amigos. Por lo tanto, no me cuenten entre ellos, pues yo soy un artista serio”. Me parece una demostración no de soberbia sino de dignidad y de coherencia. Lo que no tiene sentido es, por poner otro ejemplo, que un historiador recibiera un premio de manos del Rey por haber escrito un libro titulado Abajo la Monarquía y viva la República. Contrasta esta actitud de Santiago Sierra con los artistas de la ceja, los que apoyaban a Zapatero cantando aquello de defender la alegría frente al catastrofismo, la intolerancia y el retroceso; los Víctor Belén y Ana Manuel, Concha Velasco, Miguel Bosé y algunos más que no recuerdo; y Sabina. Pero este al menos ha confesado que se equivocó y que “Zapatero rima con el bombero torero”. A mí, sin ningún respeto y con ánimo de ofender, la actitud de esos “artistas” me recuerda las imágenes de la Reina acariciando negritos o a las señoronas de la “alta sociedad” con sus rastros solidarios o sus huchas para una campaña contra el hambre. Todo muy falso y muy hipócrita. Pura apariencia.
Evaristo Torres Olivas
viernes, 19 de noviembre de 2010
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5 comentarios:
Buen artículo.
No conozco a Santiago Sierra, pero gestos como el suyo son muy escasos, lo que aún los hace, si cabe, más dignos y valiosos.
Yo tampoco conozco a Santiago Sierra ni se nada de su obra. Si hubiese aceptado el premio habría pasado desapercibido para mi, exactamente igual que los anteriores galardonados de los cuales no sabría mencionar a ninguno. Ahora que se que lo ha rechazado, voy a buscar qué viene de él en el Google.
¡qué cosas!
Su actitud al rechazar el premio es totalmente coherente con el sentido que da a su obra artística, pero cuando se premia a alguien, en mi opinión, lo que mira el espectador es si se lo merece o no. Que se lo dé el Gobierno del PSOE o del PP, es lo de menos...
Estoy seguro de que el rechazo del premio le ha dado más notoriedad que la aceptación. ¡Ojo con el EGO!
Yo tengo mis dudas, Evaristo. Precisamente cuando dijo que no quería el premio, como tú citas, dijo: "Este premio instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado". ¿Qué prestigio? ¿El de su cotización? ¿El que tenía las primeras veces que acudía a los Documenta con apoyo institucional? ¿Es celoso de su prestigio quien se declara tan marginal?
A mí Sierra me parece un fotógrafo normalito y, eso sí, un profesional de la ocurrencia, perfectamente integrado en el circuito comercial del arte que muchas veces criticamos porque nos parece el cuento del rey desnudo. A mí, en fin, lo de rechazar el premio, aparte de engreído y maleducado, me pareció una sencilla operación de propaganda. Un clásico del epatant, o como se diga, que tú sabes francés.
Esa es la otra cara de la moneda.Cabe pensar que si no fuera un artista consagrado que se puede permitir rechazar un premio, habría actuado de otra manera.Tal vez sea solamente un clásico del épater le bourgeois.
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