En el suplemento dominical que distribuye el Diario de Teruel, leo un artículo del David Trueba. Lo titula Los charlatanes. Nos dice que el papel que antes representaban los vendedores de crecepelo en las películas el oeste, hoy lo desempeñan los políticos. Verborrea, vacuidad, aire. Hablar mucho rato para no decir nada. Utilizar frases hechas, salpicadas con algún insulto al adversario. Eso sí, en ningún discurso político debe faltar lo de ciudadanos y ciudadanas, el como no podía ser de otra manera y el firme convencimiento de algo. En la política aragonesa, y especialmente en Teruel, desde hace un tiempo vengo detectando un abuso de la palabra referente. Cualquier chuminada que proponen los políticos la tildan de referente, ya sea comarcal, provincial, autonómico, nacional o mundial. Que se inaugura una granja de aves en un pueblo, pues hala, referente nacional del pollo; si un establo de vacas, referente mundial del mugido. Lo que se consigue con eso es que las palabras se desgasten y pasen a no significar nada. Si en la jerga juvenil, cualquier cosa es guay, y en la jerga política, cualquier sandez es un referente, acabamos por no dar ningún valor a guay y a referente. A los políticos les gusta magnificar las cosas, ponerles nombres rimbombantes. Permítanme que les cuente una anécdota para evidenciar dos cosas: mi ignorancia y las ganas que tienen algunos de confundir al personal. Hace cuatro años, cuando volví a Teruel, en una de mis primeras salidas de fin de semana viajé a Albarracín. De regreso a casa, leo en la carretera un cartel que indicaba: Centro de interpretación de Dornaque. Coño, me dije, una escuela de teatro en plena naturaleza. Como un gilipollas, recorrí unos cuantos kilómetros y, al llegar al destino, me di cuenta de qué iba la cosa. La verdad, visitar Dornaque no me decepcionó; sin embargo, durante este tiempo he estado en otros sitios de la provincia a los que llaman centro de interpretación o museo, en los que te encuentras con un sombrero de paja y unas abarcas o un aladro y dos sacos de patatas. Y mientras, un Museo de la Guerra Civil, que sí podría ser un buen centro de interpretación, tardará más de mil años en ser una realidad. O tal vez, si protestamos mucho, aprovechen alguna zanja para simular una trinchera, coloquen un mosquetón y una lata de sardinas oxidada y llamen referente guay al conjunto. Eso sí, con un bonito cartel de cerámica de Teruel. De Punter.
Evaristo Torres Olivas
miércoles, 3 de noviembre de 2010
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