La visita del Papa nos cuesta un huevo, digan lo que digan los obispos, los curas, los sacristanes y los monaguillos. “Va a ser un gran negocio”, como dijo el secretario de la Conferencia Episcopal Española, Juan Antonio Martínez Camino. Dijo eso y también que el sablazo que le van a pegar a las arcas públicas es “el chocolate del loro”. Estos días, la prensa nos está dando algunas pistas: los hoteles y restaurantes han aumentado sus precios descaradamente. Y los propietarios de balcones con vistas piden cifras astronómicas por alquilarlos a forofos del Papa. Espero que la gente no sea tan imbécil para caer en tales abusos. Resulta sorprendente que las autoridades eclesiásticas no instruyan al rebaño, de por sí muy obediente, para que denuncie esos casos de usura, del timo de la estampita. Clama al cielo, donde se supone que mora el Creador, que la Iglesia de los pobres, de los necesitados, sea tan carca en tantos aspectos y tan moderna y tan “al loro” en las técnicas de “marketing, merchandising y branding”. Como ven, estos, además de saber latín, también han aprendido el lenguaje de los mercaderes. La Iglesia se pasa las recomendaciones de los evangelios por el forro: “Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes, y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas, y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí, no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Para lo que les interesa, no dudan en citarnos biblias, evangelios, concilios y encíclicas; pero cuando se trata del negocio, se lavan las manos, como dicen que hacía el Pilatos ese al que tanto critican en sus novelas. Tampoco parece que han hecho mucho caso a las peticiones de grupos de cristianos de base a los que no les gusta este tipo de visitas “con tanta pompa y ostentación de poder". Sin embargo, nada objetan sobre el nuevo producto para estas Navidades de las tiendas de iconografía católica: un muñeco de peluche de un sacerdote que promete cariño y abrazos para los más pequeños. Curas abrazando a niños. Peligro, peligro. Aunque sean de peluche.
Evaristo Torres Olivas
domingo, 7 de noviembre de 2010
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