Eso le dijo Camps al Bigotes en una conversación telefónica. Bigotes, te quiero un huevo. Me imagino la escena. Después de hablar de qué me pongo, con quién ceno y dónde esquiaré este invierno, se ponen a contar sus confidencias, o sea. De fondo, un cedé de Julio Iglesias; en la mano una copa de champán brut nature. Seguro que intercalan en la conversación algún te lo juro por la cobertura de mi móvil y varios no me lo puedo creer tío, es supermegafuerte, qué me dices porfa-plis. Y el Rajoy mientras tanto calculando la subida de los chuches. Somos el descojone. Tienen suerte estos merluzos de que en España se lee poco y se ve mucha telemierda. Estamos acostumbrados a tanta bazofia durante tantos años que ya no nos molesta ni el olor a mierda. Ganen unos o ganen otros, es igual, el circo sigue. Ya se encargan los periodistas de trinchera de reconducir al rebaño. Gürtel es otra palabra más a añadir al diccionario de la corrupción. Se mire por donde se mire el choriceo está presente. A diestra, a siniestra, en el centro y en la periferia. El sistema está montado de tal manera que el que no trinca es un tonto de capirote. Trincan en los ayuntamientos, en las diputaciones, en los museos y en los palacios de la música. Mercan bugas de alta gama, pelucos que cuestan un huevo, chabolos de quinientos metros con vistas a la mar salada y declaran unos ingresos de doscientos euros por lustro. Les regalan bolsos Louis Vuitton Moët Chandon y trajes a medida que les cose José Tomás, que no es torero sino sastre de la cuadrilla del El Bigotes. Pimplan y papean de gañote. Colocan a hermanos, primos, parientes y parientas en puestos de “confianza” aunque su tarea consista en sacarle lustre al Audi oficial o regar los geranios de plástico del sótano. Y cuando los descubren, se dan el queo y se come el marrón el más tonto, Borja Mari. Para eso lo eligieron al divino de la muerte, para que diga yo no he sido, jo y se eche a llorar como un gilipollas. Pasarán unos meses y volverán las oscuras golondrinas a mangar, las cajas de caudales a vaciar, de caviar los estómagos a llenar, pero las pelas que trincaron, esas, no volverán. Jo, tío, muy fuerte, o sea.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
Enviado DdT 16/10/2009 NO PUBLICADO
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