Don Francisco Belmonte, en su crónica del pasado sábado, me hace una faena de aliño antes de clavarme una estocada en la cruz y hasta la cruz. Con un par. Me parece bien que exponga sus opiniones lo mismo que yo expongo las mías. Es un ejercicio saludable en una sociedad en la que, parafraseando a un famoso torero, “habemos gente pa tó”. Lo que ya no me parece tan bien es que, en su faena de acoso y derribo, ponga en mi boca palabras que yo no he pronunciado. Yo no sé si los revolcones de los toros en su juventud o los saltos en paracaídas, le han afectado su comprensión lectora, o peor todavía, habiendo leído mi texto, lo manipula y tergiversa para que encaje con los engaños que emplea para torearme a gusto, recreándose en la suerte. Si lo hubiera leído de buena fe, don Francisco no me acusaría de “reclamar acciones enérgicas a las autoridades” y de “pasarme por la entrepierna la opinión mayoritaria del pueblo”. Afirmaba todo lo contrario: aunque me consta que la mayoría del consistorio no son aficionados a los toros, no deben hacer lo que ellos quieren sino el sentir mayoritario del pueblo. En cuanto a las autoridades, no les pedía que prohíban sino que busquen “soluciones para que muchos de nuestros conciudadanos dejen de pensar que tirar una cabra por un campanario, acribillar a dardos a un animal o hacer el chorras delante de un toro son una manifestación cultural”. Mi texto concluía expresando un deseo: “Ojalá que la muerte de Fernando sirva para que en mi pueblo se pida mayoritariamente que no quieren más espectáculos sanguinarios y crueles”. Desear no es prohibir y buscar soluciones no es tomar acciones enérgicas”. Y si de contar batallitas se trata, aquí van las mías: a los veinte años también corría delante de unos animales con trapío: carifoscos, bien armados, cenizos. Tenían la fuerza de un toro, el cerebro de un mosquito y las pelotas de goma. No se citaban agitando la muleta y vociferando ¡eh, toro! Bastaba con gritar democracia y libertad para que los morlacos embistieran con saña. También causaban muertes. Popularmente eran conocidos como los grises, la bofia o la pasma. No hubo que prohibirlos ni tomar acciones enérgicas. Con la democracia, fueron devueltos a los corrales. Al trote cochinero.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DdT 25/9/2009
1 comentario:
El Sr. Belmonte, entre otras cosas, dice en su escrito: "No le voy dar ninguna razón que justifique la tauromaquía porque yo se que se la va a pasar por el forro".
Yo creo que no la da porque no tiene ninguna razón y no tiene ninguna porque no las hay. No hay ninguna razón que justifique el maltrato gratuito a los animales ni siquiera que exista una mayoría a los que les guste hacerlo.
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