“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

martes, 6 de enero de 2009

Que se vayan a la mirra

Majestades Melchor, Gaspar y Baltasar. Soy un niño de 53 años y os escribo para pedir vuestra dimisión. No os soporto. Me tuvisteis muy engañado durante unos años. No muchos. Enseguida me di cuenta de qué iba lo vuestro. El primer recuerdo de vuestra existencia fue a los cuatro o cinco años. Que si un bote de agua y dos latas con cebada para los camellos y una botella de vino para que os echarais un lingotazo. Toda la noche en vela para encontrarme a la mañana siguiente con un tambor de hojalata, una libreta, un lápiz y una barrita de turrón y dos o tres higos secos. Roñosos. Y eso que para entonces ya erais más generosos porque mi abuela me contó que a ella le dejasteis unos boñigos y la explicación que le dieron sus padres fue que como había sido mala, los camellos se cagaron en la puerta y no le trajeron ningún regalo. Miserables. Entonces yo era muy ingenuo y como no había televisión ni Corte Inglés ni nada, era muy fácil darme el pego. Además, a todos mis primos y primas les regalabais lo mismo que a mí: turrón, higos, libreta y lápiz y únicamente se cambiaba el tambor de hojalata por una trompeta o una moña de trapo para las chicas. Piñón fijo lo vuestro. Ratas. Afortunadamente, nosotros teníamos imaginación y nos hacíamos espadas de madera, zancos y tirachinas y a la racanería de vuestras trompetas y tambores de hojalata le añadíamos calderetas, coberteras de tarteras y chiflos para hacer unas bandas de viento y metal cojonudas.
Menos mal que nos fuimos a Francia y allí conocí a la competencia vuestra: Papá Noel. Menuda diferencia. Ni cebada, ni agua ni leches. El Papá Noel ya salía cenado de casa y la frasca de morapio corría de su cuenta. Un simple calcetín bastaba para que te colmara de regalos. Iba él solo con un trineo y unos ciervos. Y no un trío como vosotros, con tanto camello, tanto paje y tanta monserga. Y nada más llegar a París, el primer año, sin apenas conocerme, el de la nariz colorada me regaló: un coche modelo tiburón que era una reproducción a escala de los que hacía mi padre en la cadena de la Citroën; un estuche con herramientas de carpintero, y el libro Platero y yo, forrado con hule azul, que todavía conservo, con esta dedicatoria: para nuestro hijo, con mucho cariño, de sus padres. París, diciembre de 1962. El turrón y los higos no contaban como regalo y eso lo compraba mi madre y nos lo comíamos todos el día de Navidad. Y por si eso fuera poco, en el colegio dejó a mi nombre un libro gordo con muchos dibujos: L'Île mystérieuse, de Jules Verne. Para que os enteréis, rácanos.
Cuando me fui a Canadá, el papá Noel se llamaba Santa Claus pero era igual de generoso que en Francia. Sin echar carta ni nada, y sin esperarlo, me regaló una máquina de escribir marca Erika, fabricada en Alemania del Este. Según mi padre, todo lo que se hacía en La URSS y en los países satélites era cien veces mejor que las porquerías capitalistas. Mi padre murió el mismo año en que cayó el muro de Berlín y no llegó a conocer toda la mugre que se escondía tras el muro. Una pequeña Olivetti comprada años más tarde, me hizo ver que la Erika era un trasto pesado y poco práctico. Pero en ella escribí mis primeros ripios de amor a una compañera de clase que se llamaba Linda.
Con el tiempo fuisteis mejorando, es cierto, pero a tontas y a locas. Aun recuerdo un año que a mi hija de cinco años le dejasteis en el balcón una Scalextric. No le hizo ni pizca de ilusión, que lo sepáis. Para que vuestra imagen no cayera en picado ante la mirada de una niña, me vi obligado a perder horas y horas jugando con los cochecitos eléctricos, disfrutando como el niño que siempre quiso tener un Scalextric. Mi hija, afortunadamente, se lo pasó en grande con la caja vacía de una muñeca que le dejasteis en casa de su abuela. Inútiles.
Con los años me ido dando cuenta de que sois unos descuidados. Dejáis que cualquier concejal de festejos, alcalde o consejero de tres al cuarto, suplante vuestra personalidad de forma burda. Ya que os montáis una franquicia, al menos vigilad que se mantenga un nivel de calidad uniforme. Tomad nota de McDonald´s o de Rokelin. Especialmente tú, Baltasar, que dejas que cualquier chiquilicuatre, con un tizón o un pegote de betún, se haga pasar por ti. Farsantes.
Y de vuestra alianza con el poder ¿qué me decís? Se supone que vosotros estáis para que se haga justicia, para que los niños pobres reciban los regalos que sus padres desgraciadamente no les pueden comprar. Pues yo que soy muy observador, me he dado cuenta de que a los ricos los hincháis a juguetes y a los pobres, una mierda pinchada en un palo. Me he enterado que para lavar vuestra imagen, a algunos chavales pobres, les regaláis los juguetes usados que los niños ricos ya no quieren. ¡Qué cuajo!
Se os ve poco por los barrios de chabolas y en los países con niños hambrientos. Sin embargo cundís mucho en la puerta de El Corte Inglés y en las tiendas pijas. Os vendéis a las cadenas de televisión y a las agencias publicitarias. Salís en las portadas de las revistas de colorines y en los catálogos de las grandes empresas de distribución. Prestáis vuestra imagen a campañas para vender coches, perfumes, pisos, cruceros, bragas y Marina d´Or. Pringados.
Lo vuestro, Majestades, es un bluf, una estafa, un timo, una engañifa. Y además, yo soy republicano.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
DDT 5/1/2009

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