“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

jueves, 4 de diciembre de 2008

Puta España

Don José Miguel Gracia no ceja en su empeño de vendernos su moto nacionalista. Unas veces se le ve el plumero y otras es más sutil. Hace unos días, en estas mismas páginas, defendía lo indefendible. Que Benach se gastara un pastón en un coche y en el tuneado del mismo porque vive a 120 kilómetros de Barcelona. Decía, métanse con la Iglesia y con otros chorizos pero dejen de meterse con los catalanes, que me produce tristeza hablar de nimiedades con todo lo que está cayendo. Si uno se mete con Fraga, con el ABC o con Belloch, no pasa nada, pero que no toquen a sus chicos y chicas de ERC. Este es un ejemplo claro en que se le ve el plumero.
En su artículo en catalán del día 22, titulado Nacionalismes, es mucho más sutil. Pretende confundir diciendo que cuando se habla de nacionalismo siempre es en tono peyorativo, animus injuriandi, dice él, o para ridiculizar, animus jocandi, y que de todo este despiporre se excluye al nacionalismo español o que dentro de los nacionalismos, los hay de izquierdas, de derechas, separatistas, federalistas y medio pensionistas y que no debe hacerse un totum revolutum.
Expresa más adelante un desiderátum: “aceptar como patrimonio común de todos los españoles las diferencias- culturales, lingüísticas o de otro tipo-“. A modo de resumen concluye con esta sentencia: “habría menos separatistas si no hubiera tantos separadores en ente país”.
Pues mire, no, las cosas no son así, y para seguir con su afición a los latinismos, le diré, facta, non verba. Obras son amores y no buenas razones. La realidad es que todo nacionalismo es excluyente. Su propia existencia se basa en que haya un enemigo, real o inventado. España se afirma frente al moromierda, el gabacho cabrón o la pérfida Albión. Y Cataluña es si hay una puta España enfrente. Y además, ese enemigo es malo, malo de cojones, como el hombre del saco o el coco que se utilizaba para asustar a los niños (ahora tal vez los amenacen con Freddy Krueger o el Enmascarado de la motosierra). Yo no comulgo con ninguna de esas ideas. A mí cuando en la mili me obligaban a decir que estaba “dispuesto a derramar hasta la última gota de mi sangre por España”, murmuraba entre dientes que la derramara su tía, porque yo por entes abstractos como Radiotelevisión española, España, Cataluña o Euskadi, no derramo ni una lágrima. En todo caso lo haré por ni novia de Gerona, mi amigo Joseba o mi vecino de Villarquemado.
No se puede decir que vamos todos a bailar la yenca ni hablar de proyecto común cuando esos partidos ya llevan en sus siglas la semilla nacionalista (PNV o BNG) o dicen que “l’obtenció de la independència dels Països Catalans a l’Europa Unida constitueix un objectiu irrenunciable (ERC)”.
Mire, don José Miguel, entre un hombre negro y un hombre blanco, se puede resaltar que ambos tienen dos piernas, un cerebro y una boca. Que ambos ríen y lloran, sienten frío y se asan de calor. Pero también se puede incidir sobre lo único que nos diferencia: el color de la piel. Y sobre esa nimiedad, se ha edificado todo un discurso racista y excluyente.

Primer otrosí: Cuando hace años yo vivía en Barcelona, en la televisión catalana el hombre del tiempo nos informaba de las temperaturas en Cataluña, Les Illes, La Franja y el Alger, que está en el quinto coño. De lo que pasaba en Alcañíz, ni mención. Punt.
Segundo otrosí: “Los nacionalismos -incluido el español y en primer lugar- puede que expresen una ideología política, pero en realidad son un enigma sandunguero, una manía identitaria, un romanticismo badulaque, un sarpullido folclórico, un rebuzno en estadios de fútbol, una carroña sentimental que ni los cuervos más famélicos se comerían y primo hermano del patriotismo. ¡Pero hay que ver cuán apreciada es esta bazofia en los pesebres del pueblo!” Juan Marsé, escritor catalán, Premio Cervantes.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué forma más agradable de decir que los pueblos, naciones, patrias y sinómimos varios son igual a nada, y nada debe hacerse por ellas, pues en realidad los beneficiarios de agitar los trapos reales ya sabemos quienes son.
Gracias por el artículo