Las vacaciones. Bañador, pamela o gorra de beisbol. Tejido adiposo que sobresale por todas partes. Hamaca, sombrilla y crema factor 60 para no achicharrarse vivo. Apartamento, paella de engrudo y a toda leche a pillar sitio en la arena. Cervezas a tres euros. Cubatas a siete. Hala, y todo dios a los mismos sitios durante los mismos días. ¡Hacen falta ganas! Los hay que optan por los viajes de agencia, de una semana a París, para ir a mata caballo, hacer la foto de la torre Eiffel, de la Madeleine y el Arco del Triunfo, comprar cuatro chorradas hechas en Hong Kong para después, a la vuelta, contárselo a los amigos. Que se note el poderío y el poder adquisitivo. Ni crisis ni leches. Otros deciden irse al Caribe. Hacen falta ganas para meterse en un avión, volar durante horas para tumbarse en una playa y sentirse como en Canet de Berenguer, pero como más mulatas y mulatos. Turismo de pacotilla. La mejor manera de no conocer nada. Eso sí, de regreso, con ese morenito de Santo Domingo, los amigos y vecinos se morirán de envidia cuando les muestren el collar de cuero repujado y la pulsera de hueso, idénticos a los que venden en el mercadillo de Teruel todos los jueves del año.
No se dejen engañar por los vendedores de humo. Conozcan Teruel. Visiten sus magníficas casas rurales. Recorran sus pueblos y sus paisajes. Coman productos de la tierra. Desayúnense con unas buenas magras de aquí. Lean los relatos de Antonio Castellote en el Diario de Teruel. Tranquilidad y largas siestas. Se ahorrarán un pastón y ayudarán a nuestra maltrecha economía local. Aprovechen para leer cualquier autor que no sea Paolo Coelho o Jorge Ducay. Y si deciden conocer otros lugares, prescindan del todo a cien de las agencias de viaje. Desayuno incluído.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
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