“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

jueves, 27 de noviembre de 2008

Una Rosa es una rosa y otra Rosa es otra cosa

Comenzaré por un elogio: admiro a las personas que como María San Gil y Rosa Díez, se juegan la vida enfrentándose a los asesinos etarras y a los nacionalismos periféricos como se dice ahora (apunta, Elifio, apunta, que ahora toca, como no puede ser de otra manera). No es lo mismo lidiar con las fieras desde Teruel o Cuenca que desde el País Vasco. Fin de los elogios. Ahora viene la crítica. Doña Rosa, en una entrevista al diario El Mundo, se lamenta de que el sistema electoral favorece a los nacionalismos, que es injusto y blablablá. Que yo sepa, nuestro sistema electoral no ha cambiado y la Díez lleva ya muchos kilómetros de política en las suelas de sus zapatos. Fue candidata a la Secretaria General del Psoe. Ha sido consejera del Gobierno vasco, diputada, europarlamentaria, se presentó en las primarias de su partido a candidata a lehendakari o como se diga en femenino. Y durante todos estos años en el Psoe, no se la oyó criticar el sistema electoral. Chitón. Mutis. Estoy de acuerdo con muchas de las ideas expresadas en esa entrevista pero del caserío, no me fío. ¡A buenas horas, mangas verdes! Yo, a los veinte años quería hacer la revolución pero me duró hasta que empecé a currar y me di cuenta de que la gente pasaba de la revolución como de la mierda; que eso de coger el fusil, como Johnny, y asaltar palacios de invierno, pues como que no. Pero tenía veinte años y la democracia era orgánica. Pero doña Rosa hace más de treinta años que tuvo veinte años y es demasiado tarde para cambiar de idea. Sus palabras son poco creíbles. Nada.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado

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