Hay que tenerlos como ruedas de tractor para putear de esa manera a un niño celiaco. Yo no sé si hay infierno, pero si lo hay, no me cabe duda ninguna de que los mandamases de la Iglesia católica van a ser condenados al fuego eterno en la hoguera de San Antón. Si de mí dependiera, los tenía asando a fuego lento por los siglos de los siglos. Que en tiempos hodiernos sean capaces de tal crueldad, es algo que sólo cabe esperar de mentes perversas. Todo esto lo digo después de leer en este Diario la carta de don Juan Manuel Soto, Secretario de la Asociación Celiaca Aragonesa. Encomiable resulta el esfuerzo de su asociación por solucionar el problema del niño celiaco que quiere comulgar como los demás. Que se tengan que importar hostias de Alemania porque a unos merluzos no les sale de sus santas partes que comulgue el chaval con obleas de maíz, es algo que parece sacado de un guión de Rafael Azcona (que en paz descanse). Don Rafael, citado por David Trueba en un artículo de El Mundo, decía que “la misión de la alta jerarquía de la curia consiste en tratar de impedir la felicidad de la gente y lograr su sumisión eterna”. Esta gente, la jerarquía eclesiástica, son una amenaza para la humanidad. Como supongo que si se oponen a las hostias de maíz también lo harán a que se celebre la misa con mosto en lugar de vino, no quiero ni imaginarme el peligro que constituyen esos curas que, debido a la escasez de vocaciones, se ven obligados a atender cuatro o cinco parroquias. Esos mosenes al volante, circulando por carreteras secundarias después de echarse unas copas al coleto, conducen peor que sor Citroën. Estoy seguro de que, de los 155 aragoneses que han perdido todos los puntos del carné, 150 son curas. Fijo.
Otrosí: Presidente Iglesias, haga el favor de recibir a los representantes de la Asociación Celiaca Aragonesa.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
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