El pajarraco de titanio ha reventado antes de emprender el vuelo y ha regado con sangre humana los secarrales de Barajas. Bicho de mal agüero. Los ornitólogos de Spanair no supieron o no quisieron ver que ya no estaba destinado para altos vuelos. No sé si tenía taquicardia o arritmias pero estaba jodido. Muy jodido. Nadie quiso o supo leer en los monitores fosforito que no iba a tener huevos de echarse a volar. Y tuvo que cagarla en el punto de no retorno. Debió avisar antes y no lo hizo. Cabrón. Ahora ya no sirve ni para chatarra. Lo podían haber enviado a una residencia de aviones, como la que se pretendía hacer en Caudé, pero se arriesgaron a que se inmolara e inmolara a 153 personas, a mayor gloria del dios de la codicia y del beneficio, de un ave fénix de tres al cuarto. Ni cielo, ni paraíso, ni avionetas vírgenes le esperan en ninguna parte. Sólo cenizas y desolación. Y de esas cenizas lo único que renacerá será la astucia de cuatro vivos para quitarse de encima a los más de ciento cincuenta muertos y echárselos a los demás. Todos se lavarán las manos: fabricante, Spanair, gobierno, pilotos, Maroto y el de la moto. Habrá finalmente una verdad oficial, que es un eufemismo para calificar a una mentira con visos de verosimilitud. La caja negra. La de los ataúdes.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
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