"Perfecto es lo que está bien arrematao"(Rafael El Gallo, torrero)

Me confieso lector de las crónicas taurinas. Y abomino de las corridas de toros. Cada cual tiene sus contradicciones y no me apetece ponerme a explicar aquí las mías. Quizás lo que me atrae sea la capacidad que tiene el ser humano para disimular la barbarie mediante las palabras. Sucede, además de con las corridas de toros, con el boxeo y con la guerra. Hablemos del toreo, ese “arte cargado de emoción, de colorido y de bravura”. Para quitarle violencia al cruel acto de torturar y matar a un toro, se le adorna con chicuelinas, verónicas, naturales, clarines y timbales, eso sí, vestido de grana y oro, porque, por lo visto, la escabechina con capa y montera, no es tal. El ritual convierte lo execrable en venerable. Se necesita una gran dosis de hipocresía e inhumanidad para justificar el sufrimiento de un ser vivo, no para alimentarse como hacen los demás animales llamados irracionales, sino por puro entretenimiento. Puestos a elogiar el arte por el arte, no me negarán los taurinos que comparado con la belleza de un bombardeo nocturno, ese espectáculo de sonido, luz y color, las corridas son una caquita de la vaca, la de la madre de ese torito bravo que agoniza mientras la sangre le surge a borbotones bajo la atenta mirada de una muchedumbre que plácidamente se zampa su bocadillo de jamón. Hay que tener cuajo. Mucho.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado