En China, a las mujeres les vendaban los pies para que no les crecieran. Verlas dar saltitos como las chotas era por lo visto la hostia de erótico para los hombres chinos. En la India, si cascaba el marido, la mujer debía quemarse viva en la pira donde ardían los restos del chorbo. En África, a las mujeres les rebanan el clítoris para purificarlas. En Europa, las mujeres se embutían en corsés que les deformaban el cuerpo. Para la Inquisición, el demonio tenía tetas y pelo largo. Ayer, unos modistos mariquitas exhibían sobre las pasarelas a mujeres medio en pelotas subidas sobre unos zapatos imposibles, desfilando como caballos antes del Grand National. Esta mañana, mientras unos descerebrados en moto daban vueltas por un circuito a más de doscientos kilómetros por hora, en la puerta de los boxes, unas chicas “bombón” lucían palmito con gorras de Honda y sombrillas de bebidas isotónicas, y todo patrocinado por la Primera, la cadena de televisión pública. Mañana, en el cartel de la sede de los sindicatos de Teruel, se añadirá una víctima más a la cifra de mujeres asesinadas por unos cabronazos, molestos porque su equipo de fútbol perdió, porque el coche de Alonso no es competitivo o porque ellas les reprocharan que esas no eran horas de llegar a casa y además borrachos. A veces, me avergüenzo de tener un rabo entre las piernas.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
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