Hace unos días conté, a propósito de la exposición de Centelles, cómo con dos imágenes se puede resumir aquello que precisaría páginas de escritura si se optara por la pluma en lugar de la cámara de fotos. Algo parecido ocurre con los refranes y las sentencias: en pocas palabras, nos dibujan un retrato de la sociedad en un momento determinado y nos dan una respuesta a por qué somos como somos y no de otra manera. Hay refranes que se repiten en varias culturas, lo que nos indica que aluden al género humano en general, independientemente del lugar donde se nazca. “Quien siembra viento, recoge tempestades” sería un ejemplo de lo que digo. Hay otros que sin embargo son propios de un territorio determinado o de una época, y que fuera de ese espacio y de ese tiempo, carecen de sentido. “Vivir como y cura” y “pasar más hambre que un maestro de escuela” son sentencias que yo he escuchado cientos de veces en mi pueblo, a mis abuelos, a mis padres, a mis vecinos. Hoy no tienen sentido y nadie de mi generación ni posterior, las utiliza, salvo para recordar aquello que proclamaban nuestros antepasados. Miramos a nuestro alrededor y ni el cura del pueblo destaca por su nivel de vida, ni los maestros de la escuela pasan, afortunadamente, necesidad. Para las generaciones que nos precedieron, sin embargo, esas frases estaban cargadas de verdad. En todos los pueblos había un cura y maestros y de la observación directa de sus estilos de vida, los vecinos sacaron las conclusiones que quedaron plasmadas en esas frases cortas. Desgraciadamente, a poco que se indague en la Historia de España, se puede certificar que las palabras de nuestros abuelos eran ciertas. Siglos de clericalismo, de curas y monjas incrustados en todos los estamentos de la sociedad, poseedores de abundantes bienes y privilegios, frente a un pueblo analfabeto y unos maestros muertos de hambre. España.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario