“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

jueves, 27 de noviembre de 2008

Lo que yo diga va a misa

Muy interesante me pareció la Tribuna abierta de don Cándido Marquesán Millán, publicada en este Diario el pasado viernes 4 de abril. Los españoles sabemos de todo. Así la titula. Para sostener sus argumentos se apoya nada menos que en Azaña, ese político que muchos citan pero que muy pocos han leído, a juzgar por cómo hablan y cómo se comportan. Es verdad que somos bocazas y largones. Es cierto que opinamos de todo sin saber de la misa la mitad. Es cierto que gritamos. Don Manuel Azaña también lo diagnosticó: “habría que escudriñar lo que el carácter español, su energía explosiva, pone de violencia peculiar en todos los negocios de la vida”. Vale, somos unos fantasmones. ¿Y qué? Mientras no se haga daño a nadie, es incluso divertido. Qué aburrido sería que en las charlas de café, en las reuniones de amigos o en el “fúmbol” tuviéramos que callarnos porque no tenemos ni puta idea. Nuestro país parecería un cementerio. El voto de silencio para los que lo han asumido voluntariamente o para los que ha visitado la parca. Para el resto, a seguir siendo lo que somos. Salvo que tengamos responsabilidades y que nuestras acciones tengan consecuencia para los demás. Que mi primo piense que el dolor de estómago se cura comiendo caracoles con ajoaceite, no es grave; lo jodido es que los recete el especialista de digestivo.
La ignorancia es comprensible en el profano pero nunca en el que tiene el deber y la obligación de saber. Los políticos por ejemplo. ¡Ay, cuántos nos recetan caracoles con ajoaceite! Cuánto cantamañanas y cuánto soplagaitas, que sin ser expertos en nada, pontifican sobre todo. Pasan de dar lecciones sobre gestión a erigirse en autoridades en cambio climático y al día siguiente disertan con tono de suficiencia sobre política hidráulica o inversión extranjera. Personas que creen que por haber sido elegidos en una lista electoral y ostentar el rimbombante título de alcalde, director, consejero o presidente, se produce automáticamente un trasvase de conocimientos universales desde el éter a sus cerebros. Lo que ni “natura” ni Salamanca les ha dado, no se consigue por arte de birlibirloque.
Azaña, que era muy listo, también dijo que “la propaganda [es] una arma de guerra equivalente a los gases tóxicos”. Y de esto también saben mucho algunos de nuestros políticos. Los manipuladores son menos perdonables que los ignorantes. Saben la verdad, conocen los hechos, pero intencionadamente los falsean, al servicio de sus intereses. ¿Recuerdan al de las armas de destrucción masiva? ¿Y al que había que pasar por encima de su cadáver antes que llevarse los “papeles de Salamanca” a Barcelona?
Dice don Cándido Marquesán que el noventa por ciento de los que están en contra del Estatuto de Cataluña, en contra de la Educación para la ciudadanía y en contra de la Ley de la memoria histórica, no han leído los textos. Y seguramente tiene razón. Y los que están a favor de esas leyes, ¿acaso los han leído? Yo estoy convencido de que tampoco. Es más, como soy español, no tengo ni puñetera idea de nada y opino de todo, me atrevo a decir que el noventa por ciento de los que han votado al PP y al PSOE, por poner dos ejemplos, tampoco han leído los programas de esos partidos. Y lo que yo diga va a misa.
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado

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