“Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa, el resto
es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio
y, por lo tanto, molestar. Tiene fuentes, pero no amigos. Lo que los periodistas
pueden ejercer, y a través de ellos la sociedad, es el mero derecho al pataleo,
lo más equitativa y documentadamente posible. Criticar todo y a todos. Echar sal
en la herida y guijarros en el zapato. Ver y decir el lado malo de cada cosa,
que del lado bueno se encarga la oficina de prensa”
-Horacio Verbitsky,
periodista y escritor argentino

jueves, 27 de noviembre de 2008

La bajeza de la Grandeza

Ni toda música amansa a las fieras ni toda lectura alimenta el espíritu. Un concierto de heavy metal convierte a los mansos en fieras y ciertas lecturas hacen que a uno le hierva la sangre. El pasado fin de semana, leí en uno suplemento dominical un artículo sobre la aristocracia española. Todo me resultaba vomitivo, de principio a fin. Empezando por los los apellidos de kilómetro y medio; siguiendo con los nombres de los ducados, marquesados, vizcondados y baronías; examinando el contraste entre las modestas profesiones de los titulares y la opulencia de sus mansiones; y terminando con el morro con el que esta gente defiende unos derechos basados en unas leyes que datan de 1505, de cuando Juana La Loca, los Reyes Católicos y demás basca. Un periodo de mucha justicia, igualitarismo y respeto, como todo el mundo sabe. Produce náuseas comprobar cómo el Derecho muchas veces sirve para lavar la cara de los ladrones y asesinos que detentaban el poder. Los reyes y sus compinches saqueaban y arrasaban pueblos y ciudades, se repartían el botín para que después un hatajo de clérigos, leguleyos y demás lameculos y aprovechados, blanquearan lo que era negro, muy negro.
Los descendientes de toda esa tropa de mangantes siguen invocando esos derechos en una sociedad democrática. Se hacen llamar los Grandes de España y tienen una asociación que llaman Diputación Permanente de la Grandeza de España. ¡Qué bajeza!
Evaristo Torres Olivas. Villarquemado

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